Tengo las maletas hechas. Estoy listo para partir. Juan XXIII
La mayor crisis vital
Si pensamos en los eventos que pueden desatar mayores crisis personales en la vida, el suceso más impactante es la muerte, tanto saber la cercanía de la propia como experimentar la de alguien cercano.
Por ejemplo, la muerte de las figuras paternas resulta dolorosa y perturbadora para el individuo, pero el tiempo y la red de relaciones que haya construido en su vida le permitirán seguir adelante con progresivos niveles de aceptación.
Si la pérdida ocurre durante la infancia o en hijos que no tenían otros vínculos afectivos, la angustia y el dolor son más difíciles de procesar.
La muerte de la pareja provoca a menudo crisis vitales más torturantes. Acaba con una relación vital prolongada y un apoyo y llama la atención sobre la cercanía de la propia muerte cuando se trata de gente mayor.
Dependiendo de la forma de asumir y experimentar la misma crisis vital, una persona logra la adaptación mientras que otra puede no superar el golpe.
Estudios científicos han comprobado que cuando el afligido tiene amigos y parientes en los que confiar y si se entrega pronto a aventuras nuevas e interesantes, como un cambio de domicilio o unas largas vacaciones, se recupera más rápidamente. En cambio, para otros que no tienen este contexto, la vida se torna insoportable y hasta puede producirse una muerte prematura.
La fase aguda de la pérdida de una persona amada suele denominarse aflicción, y el periodo más largo de adaptación, luto. La aflicción no puede suprimirse, pero algunos psicólogos creen que la depresión y las autoacusaciones que suelen acompañarla son resultado de dirigir para sí el resentimiento hacia la persona por haberse ido.
Culturas como las japonesas y la de los aborígenes australianos manifiestan abiertamente esa fase de la crisis con rituales consistentes en atacar o azotar el cadáver gritando: “¿Por qué moriste antes que yo?”, “Toma, por morir”. En cambio, otras culturas como la inglesa durante el período victoriano optaban por prolongar e incluso ensalzar este mal período.
Pueden resultar formas extrañas de asumir una pérdida, pero ciertamente son intentos de las sociedades por hacer frente a las crisis que todos tenemos en algún momento.
La primera y más grande crisis
Sin embargo, quizás la crisis más traumática de la vida de cualquier ser humano sea aquella a la que todos hemos sobrevivido: el mismo nacimiento.
Un recién nacido es un ser sensible y en desarrollo. Salir de un lugar cálido, seguro y a oscuras hacia un espacio muchas veces amplio, frío, lleno de gente y ser recibido a punta de nalgadas puede ser el choque emocional más violento que jamás se experimente, sobre todo por la carencia total de experiencias previas.
Actualmente, muchas teorías defensoras del parto y nacimiento humanizado están tratando de minimizar los traumas asociados a esta vivencia.
Pero de todos modos, los que sobrevivimos a la crisis del nacimiento seguiremos afrontando grandes pruebas.
Aprendiendo a adaptarse
La adolescencia trae consigo otra serie de retos que, juntos, forman la segunda crisis vital en importancia de los seres humanos.
Los adolescentes se sienten dolorosamente inseguros. Se espera de ellos que empiecen a entender y responder a la sociedad. Sin embargo, aún no están plenamente equipados para resolver esos problemas. Tienen otros más inmediatos, como superar los exámenes escolares, relacionarse con sus pares y adecuarse a su sexualidad.
Para afrontar esta doble crisis necesitan la orientación de los adultos, generalmente sus padres, pero como están tan cerca de la madurez sin tenerla, consideran irritante, incluso inadmisible, aceptarla.
Así, la adolescencia es una crisis vital que la mayoría de los individuos, con diversos grados de éxito, solo superan sin saber muy bien cómo.
Luego se habla de períodos críticos relacionados con las décadas, como las llamadas crisis de los 30 o los 40. Por ejemplo, se espera que en los 20 los jóvenes terminen de estudiar, algunos se establezcan con una familia y un empleo y experimenten el sometimiento a la autoridad laboral. Luego, en los 30, aunque empiecen a tener sentimientos de nostalgia, tengan una sensación de firme ascenso.
En los 40, tanto hombres como mujeres deberían sentir que ya han rebasado la mitad de la vida. Además de tomar progresiva conciencia de que una generación más joven y de más empuje los sustituirá. Y a menudo aceptar que nunca llegarán a satisfacer algunas de sus aspiraciones.
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Las mujeres por su parte tendrán una crisis propia en relación con la maternidad o la ausencia de ella. Si los hijos están en edad de dejar el hogar pueden creer que el principal objetivo de su vida ha desaparecido para siempre. Además sabe que la menopausia se acerca y quizás tema volverse menos atractiva.
La jubilación también plantea problemas considerables en el mundo occidental. Se habla de adoptar un estilo de vida nuevo, que suele implicar la pérdida de la relación con los compañeros de trabajo, conseguir amigos que estén igualmente jubilados así como la problemática económica que surge de la inflación y el alcance de los ahorros jubilatorios.
Los asesores económicos, los facilitadores y oradores motivacionales recomiendan que los trabajadores empiecen a pensar tempranamente en cómo les gustaría pasar sus últimos años y a prepararse en consecuencia.
Pero, en verdad, ¿es así como debe entenderse la vida? ¿Son esas las verdaderas crisis vitales que nos afectan, o no encajar en esos parámetros es lo que contribuye a aumentar nuestro nivel de ansiedad, dudas y temores personales? ¿Quién asegura que el sentido de satisfacción en la vida se alcanza cumpliendo con esos ítems?
Cada vida humana es un proceso de crecimiento único, con sus propias experiencias y herramientas para enfrentarlas. Esas ideas de evolucionar por décadas de acuerdo con las capacidades físicas han quedado obsoletas debido a los cambios de la realidad social, económica, laboral, educativa, así como la nueva visión de la salud, el aumento de la longevidad, la visión de la sexualidad y del tiempo.
Del mismo modo que cada vida es única, las formas de sobrellevar las crisis vitales también lo son, solo que siempre debe procurarse entenderlas y procesarlas de forma adecuada para salir fortalecidos.
Lo más importante que debe asumirse para superar los retos vitales es que no hay que sumar tensión ni preocupación por cumplir con expectativas que no son personales, sino que pertenecen a la sociedad e incluso a personas directamente relacionadas con nosotros, quienes consideran que deberíamos vivir de tal o cual forma.
Luego, es importante identificar qué es lo que está causando sobresalto, dolor o preocupación en nuestra existencia y por qué motivo, y buscar las herramientas para superarlo.
En general, se sabe que cuando hemos construido un proyecto de vida, con metas que nos causan satisfacción, la sensación de fracaso disminuye y tenemos mayor tolerancia ante las crisis externas porque hay un mapa de logros trazado al cual siempre podemos volver.
Poseer un mundo espiritual rico y al cual aferrarse es otra de las estrategias con la que muchas personas logran superar los períodos críticos en sus vidas, a través de la noción de trascendencia.
La forma en que enfrentamos las crisis nos lleva a descubrir valores ocultos, incluso cuando todo parece que está perdido. El aristócrata Guiseppe de Lampedusa, pese a no haber escrito nada notable hasta la vejez, se dedicó a redactar durante su enfermedad terminal un texto que denominó El gatopardo, hoy una obra clásica de la literatura moderna italiana. Fue publicada póstumamente y su autor mundialmente conocido.
Otros han enfrentado la crisis final con un espíritu sereno e incluso alegre ante lo que está por suceder, como le pasó al papa Juan XXIII, quien se sentía listo para morir, como si se fuera de viaje.
Las crisis son parte inevitable de la existencia humana. Si se las entiende de forma adecuada, podremos salir de ellas enriquecidos y listos para vivir nuevas y mejores experiencias.