Maneras de Vivir una Vida Simple… y Buena

Una de las preguntas que se hacen muchas personas al llegar a la adultez es cuál es el sentido de su vida. Ciertamente, estar trabajando en un puesto relacionado con el área de estudios que se escogió durante la juventud o encargarse de una familia propia puede darle a la mayoría un significado y un motivo por el cual luchar cada día. Otros tienen la fortuna de haber identificado algo que aman hacer y para lo que encuentran tiempo o incluso perciben ingresos por ello.

Sin embargo, no todos experimentan esa satisfacción personal y el estímulo que los lleve a levantarse animados cada mañana.

Lamentablemente, buena parte de la población trabaja en algo que no le interesa, no pudieron terminar de estudiar o no hallaron su vocación a una edad temprana. Otros todavía quisieran aprender, pero sus circunstancias se los impiden. Para algunos sus conocimientos se volvieron obsoletos, insuficientes o dejaron de ser interesantes y motivadores.

Por otro lado, para muchos el concepto de familia no les dio lo prometido por la sociedad. Algunos siguen solos después de los 30 y los 40, otros descubren que están bien así pero igualmente sienten un vacío difícil de llenar. Los que fracasan en sus relaciones se preguntan si deben seguir intentándolo y para muchos la familia es lo más valioso, pero no les da sentido como individuos.

Precisamente, las últimas generaciones han asociado la idea de propósito en la vida, al éxito, el liderazgo y el dinero, a llevar vidas muy activas, enderezadas a alcanzar metas. Las personas que, por el contrario, tienen tiempo para aburrirse, son improductivas o carecen de planes definidos deberían considerarse fracasadas según esta visión.

¿Es correcto lo anterior? ¿Solo la gente con una vida exitosa, adinerada, con habilidades para emprender proyectos, liderar cambios, altamente productiva, ocupada y con familias propias puede considerarse plena y con sentido en su vida?

¿Qué ocurre con aquellos que no quieren ser dirigentes de nada, que más bien se estresan por la agitación, los que todavía buscan saber qué hacer en este mundo y se preguntan si les irá mejor en el futuro o si su vida común y corriente vale la pena?

La respuesta es que no siempre hay que esperar a ser como los demás para alcanzar la felicidad ni imaginar que con el tiempo se podrá hacer algo, tener algo o a alguien u obtener una cosa para sentirnos colmados.

Cuando, consciente o inconscientemente, estamos esperando a que ocurra un evento externo para alcanzar la satisfacción personal, o postergamos esa sensación por las circunstancias actuales, o consideramos nuestra vida inferior en comparación con la de otros, estamos tomando una postura pasiva hacia nuestro bienestar.

La vida puede ser buena aquí y ahora, tengamos lo que tengamos, hayamos alcanzado nuestras metas o no, incluso si todavía no las definimos. Y que el triunfo y el dinero pueden ser importantes y deseables, pero no son algo que debe impedirnos estar bien con nosotros mismos.

Precisamente, existen algunos hábitos asociados a estas ideas de darle sentido a la existencia que impiden llevar una vida simple, pero satisfactoria. Veamos de qué se tratan esas falsas concepciones:

 

  1. No definir las propias luchas

Uno de los aspectos más valiosos de la adultez es la capacidad de decidir de forma individual qué es lo que en verdad nos importa. No nos referimos a metas u objetivos, solamente qué es lo que más nos gusta, amamos o nos conviene. Cuando definimos esos intereses, podemos dejar de estresarnos, preocuparnos, frustrarnos o decepcionarnos por muchas cosas, que pasan a ser secundarias.

 

  1. Vivir en modo “multitasking”

El modo “multitasking” o multitarea ha sido un engaño de la sociedad para hacernos creer que así se aumenta la productividad. Ciertamente, hay actividades que se pueden hacer simultáneamente para ahorrar tiempo, siempre y cuando no nos generen estrés o nos hagan desmejorar en los resultados.

Es común pensar que nos falta tiempo, pero ¿cómo sería la vida si hiciéramos menos?, ¿cada actividad en su momento y prestándole la atención debida?, ¿y si además nos tomáramos una pausa entre cada una para evaluar los resultados? No siempre es posible, pero podemos empezar por las más sencillas: lavar los platos o leer un artículo breve sin hacer otra cosa.

Ayúdese con esta técnica: imagine que cada una de esas tareas está en pantalla completa en su computadora y no puede disminuirla hasta que la termine. De esta forma no se verá tentado a trabajar en varias acciones simultáneamente.

 

  1. Los apegos

Los apegos físicos y emocionales conducen al desorden y la complicación en la vida. Independientemente de si le atrae o no el minimalismo como forma de vida, es importante identificar que apegarse a muchos objetos y lugares por razones sentimentales lo convertirá en un acumulador y alguien sedentario.

Si está apegado a las rutinas y costumbres, sufrirá innecesariamente con los cambios y no querrá dejar ir a muchas situaciones y personas cuando llegue el momento. Si se apega a realizar muchas actividades y de manera perfecta, su cotidianidad será demasiado compleja.

 

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  1. Vivir de maneja ajetreada y distraída

Concentrarse poco es una forma del cerebro de descansar cuando se ve obligado a realizar demasiadas tareas. Si empieza a poner en práctica las recomendaciones anteriores, verá que cada vez se distrae menos y empieza a desarrollar la atención plena.

 

  1. No valorar las alegrías simples

Es normal tener deseos de ir de vacaciones a un crucero, visitar la ciudad de nuestros sueños o asistir a un concierto de la banda favorita. A veces lo hacemos, y trabajamos duro por ello. Pero en medio de esas grandes recompensas, también hay momentos maravillosos que no implican viajar ni pagar: pasar tiempo de calidad con un ser querido, meditar, caminar por el vecindario sin apuros, pasear a la mascota, leer, preparar una hamburguesa casera.

En la medida en que valoramos los placeres simples, la vida sencilla toma un nuevo valor.

 

  1. No saber decir que no

A veces, por educación o exceso de responsabilidad, solemos decir que sí a todo, incluso a lo que no nos interesa, no queremos realizar o no es nuestro deber.

En la primera lección acerca de las propias luchas entendimos que no todo nos atañe. Cuando lleguemos a ese nivel de aceptación, será más fácil decir que no a muchas cosas. Por los momentos, hay que recordar que no es en contra de los demás, sino a favor nuestro.

Decir que no sin sentirnos mal o generar una situación conflictiva con los demás es una lección de vida.

 

Una vez que empiece a abandonar estos malos hábitos, ponga en práctica también las siguientes estrategias complementarias para llevar una vida mejor y menos complicada:

 

Dese permiso para ser feliz. Evalúe si suele tratar de resolver problemas que no tiene o tratar de ayudar a gente problemática solo porque está experimentando momentos de alegría y alivio, que siente que no merece…

Tenga compasión para con usted mismo. A veces somos nuestros peores enemigos cuando nos exigimos o fallamos en algo.

Piense siempre en cómo mejorar la situación. Por más difícil que sea una circunstancia, piense en cualquier acción, por sencilla que sea, para cambiarla. Y luego, piense en otra, y otra…

Realice actividades creativas. No solo busque momentos de esparcimiento. Estimular su creatividad le hará bien a su mente y su espíritu.

Intente compartimentar. No todas las áreas de su vida están mal al mismo tiempo. Separar las partes problemáticas y refugiarse por ratos en las que están bien le dará un descanso mental y hasta le permitirá desarrollar soluciones…

Recuerde que todo pasa, lo bueno, pero también lo malo. Disfrute lo primero cuando lo tenga y piense que lo segundo también se irá en algún momento.

Reflexione sobre todo aquello por lo cual estar agradecido. Cuando empiece a enumerar, descubrirá que hay más de una razón…

Comprométase siempre consigo mismo y con su autocuidado.

Ayude a otros, pero solo después de asegurarse de que usted está bien.

 

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