Estudio de 75 años de la Universidad de Harvard Sobre la Felicidad

Secretos para llevar una vida más plena

Vivir a plenitud hoy en día es todo un reto. Para lograrlo hay que enfocarse desde una perspectiva múltiple, donde así como tenemos un hogar, también desempeñamos un trabajo, llevamos una vida social física y en las redes, atendemos a nuestros familiares e intereses particulares, entre otros tantos aspectos. Pero hay que aprender a establecer prioridades para cada uno de ellos, así como saber cuándo y de qué modo hacerlo sin sentir que se están haciendo sacrificios frustrantes.

La Universidad de Harvard realizó un largo estudio de más de 70 años en una población superior a 400 hombres de estrato económico reducido, entre los años 1939 y 2014 (estudio Grant), y otras centenas más de hombres pudientes que se titularon en la universidad ubicada en Massachusetts entre 1939 y 1944 (estudio Glueck). Este análisis paralelo requirió generaciones de investigadores que analizaron médica y conductualmente a los voluntarios, incluyendo muestras de sangre, descripciones físicas y de funcionamiento de los órganos, tomografías y encefalogramas, así como encuestas personales, entre muchos otros sistemas de evaluación.

En los inicios del estudio no se incluía a las mujeres, pues la Universidad para la fecha solo aceptaba estudiantes masculinos, pero la misma investigación evolucionó con los años en la forma en que había decidido establecer su metodología, por lo que incluyó a las esposas de los participantes, así como sus descendientes directos, para analizar también cómo las experiencias de la juventud los afectaba durante el envejecimiento. La población tuvo la evolución más diversa: algunos se convirtieron en hombres exitosos (se puede mencionar que entre los encuestados estuvo el propio presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy) y profesionales, mientras otros terminaron padeciendo enfermedades físicas y mentales o fueron víctimas del alcoholismo y otras drogas.

Así se hallaron resultados sumamente interesantes, pero la frase que los resume todos es la siguiente: «El mensaje más claro que recibimos de este estudio de setenta y cinco años es este: las buenas relaciones nos mantienen más felices y saludables. Punto».

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Otra sentencia de uno de los doctores encargados del estudio, Robert Waldinger, también es esclarecedora y lapidaria: “La soledad mata”. Su efecto es tan destructor “como fumar o el alcoholismo”.

Eso significa que es inútil tener una vida laboral exitosa, muchos títulos universitarios, altos cargos en una empresa o ser alguien reconocido. Tampoco valdrá lo activo que estés en Facebook, Instagram, Telegram o cuanta red social exista. Porque, como dice la letra de una famosa canción religiosa: “Si yo no tengo amor, yo nada soy, Señor”. O como sincretiza Waldinger: “La buena vida se construye con buenas relaciones”.

Las relaciones afectivas verdaderas, físicas, cercanas y profundas contribuyen a mantener sano el cerebro por más tiempo, generar emociones positivas y controlar las negativas, así como evitar y controlar las enfermedades corporales de un individuo; en resumen, ayudan a retrasar el declive mental y físico. Frente a esta realidad, la salud de las personas solitarias se deteriora más tempranamente, por lo que suelen morir más jóvenes. Esto es debido a que los contactos humanos crean “estimulación mental y emocional, que son impulsores automáticos del estado de ánimo, mientras que el aislamiento es un destructor del estado de ánimo” (Waldinger).

Ni el dinero, la fama, la clase social o el alto coeficiente intelectual superan los beneficios de la vida en compañía. En esto coincidieron tanto los participantes de los barrios depauperados como los intelectuales de la universidad de Harvard.

Sin embargo, no es tan simple como decir que una persona plena es alguien que ha encontrado al amor de su vida, tiene amistades sinceras y un grupo de afectos familiares sólidos. George Vaillant, uno de los psiquiatras que participó durante varios años en el estudio de Harvard descubrió otro componente esencial. Dijo que además del amor, había que encontrar “… una forma de lidiar con la vida que no se aleje del amor”. ¿Qué significa esto? Que no solo se deben establecer relaciones románticas, afectivas y amistosas trascendentes, sino que hay que saberlas mantener a lo largo del tiempo.

Aquí es donde entra en discusión el primer párrafo de este artículo: saber balancear la existencia hoy en día consiste en darle la importancia necesaria a cada uno de los departamentos de nuestra vida: la familiar, la laboral, la amorosa, la social… Es muy fácil concentrarse en el trabajo y dejar de lado a los seres queridos, o estar apasionado por una nueva aventura romántica y olvidar a las amistades o familiares con quienes se vive, o entorpecer las responsabilidades por pasar las noches de fiesta en fiesta…

Generalmente, se llega a la adultez pensando que se ha aprendido todo lo necesario lidiar con las personas y los hechos. Pero a veces el crecimiento personal no se puede dar hasta que ciertos eventos se nos ponen por delante. Es cuando se presenta la oportunidad d emplear las herramientas que tenemos o descubrir que nos hace falta algo más. Por ejemplo, se descubren las capacidades que se tienen –o que faltan– para enfrentar el estrés, por ejemplo, en un duelo, o en el trauma de quedar desempleado durante una crisis económica.

La investigación de Harvard también buscaba abordar los problemas relacionados con el envejecimiento. Waldinger comentaba cómo la forma de cuidarse en la juventud marca una dirección distinta en la ruta que toma la vejez. El consejo que dio al respecto fue el siguiente: “Cuida tu cuerpo como si fueras a necesitarlo durante cien años, porque podrías llegar” a cumplirlos.

Sobre este punto, Vaillant escribió el libro titulado Envejecer bien, en el que incluyó resultados observados en los voluntarios de Harvard. En su obra menciona que existen predictores confiables de una vejez saludable: ejercitarse regularmente, no beber en exceso ni fumar, mantener un peso saludable, tener una pareja estable y asumir con madurez los cambios de la vida. Si bien el nivel educativo no era determinante para ser feliz, sí se pudo relacionar la formación académica con personas que fueron más responsables en mantener a lo largo de la vida los tres primeros predictores mencionados, relacionados con sus cuerpos.

Las mujeres estudiadas también envejecieron con mayor o menor salud en relación con la vida matrimonial compartida con los sujetos masculinos estudiados. Las féminas que se sentían estrechamente vinculadas a sus parejas estaban menos deprimidas y también tenían mejores funciones de memoria frente a aquellas que tuvieron frecuentes conflictos con el cónyuge.

Existen otros cambios asociados con la vejez identificados por este estudio de larga data: cuando eran jóvenes, los voluntarios se preocupaban más por asuntos pequeños y poco significantes, pero al envejecer, sus prioridades se inclinaron hacia lo trascendente en sus vidas. También, los hombres mayores aprendieron a no otorgarles tanta importancia a los fracasos y a dejarlos en el pasado. Esa es una gran enseñanza: en nuestra cotidianidad, ¿qué tanto dejamos de lado nuestros intereses personales, afectos y gustos por responsabilidades externas o deseos de obtener éxito y reconocimiento?, y ¿cuánto sufrimos y nos paralizamos por errores, en vez de aprender de ellos y dejarlos pasar? Las personas mayores descubren (tal vez tarde) que se debe identificar lo que es trascendente en la vida de cada quien y perseguir esos objetivos, sin detenerse por problemas circunstanciales.

Los científicos demostraron por otro lado, con datos empíricos, que evitar o minimizar la interacción con personas tóxicas o que generen un ambiente negativo en su entorno es necesario. También, y en especial si siente que su vida social (la real, no la digital) es reducida, que es positivo participar en un voluntariado de su interés. Esto tiene un doble beneficio: primero, aumentar su satisfacción personal, y por ende de felicidad, al sentirse realizado dedicando tiempo a causas que le parezcan importantes; y, segundo, aumentar su círculo social con gente con quien pueda compartir y establecer vínculos duraderos.

Pareciera por las descripciones anteriores que la investigación de Harvard obtuvo solo resultados relacionados con el comportamiento humano. Sin embargo, hubo muchas conclusiones cuantificables, por ejemplo que nuestra sensación de felicidad se calcula en un 50% sobre la base de nuestros genes, es decir: hay gente predispuesta genéticamente a ser más feliz que otra. Pero eso no significa que quienes no tengamos esa suerte hereditaria no podamos estar alegres. La investigación también sugiere que otro 40% de la sensación de felicidad proviene de las decisiones tomadas. Cuando se retrasa el momento de tomar una decisión, se incrementa el estrés y la ansiedad, y escoger, por el contrario, abre nuevas posibilidades y genera en el cerebro la sensación de recompensa y satisfacción.

Precisamente, en los años posteriores de la investigación, el estrés se volvió un elemento importante de estudio: los investigadores querían ver cómo la gente lidiaba con el estrés y sus efectos sobre los organismos y a lo largo de los años.

La infancia tampoco quedó fuera, a pesar de la edad de los voluntarios iniciales. Lara Tang, una analista de la biología humana y evolutiva que se sintió atraída a participar en el estudio de Harvard, quiso concentrarse en los efectos de la niñez en el desarrollo de la salud física y mental y la vinculación con la felicidad en la vida adulta, para saber si una infancia difícil puede afectar el cuerpo y la mente en la edad media y más allá.

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