El Valiente Final de Oliver Sacks que te Enseñará a Agradecer la Vida

Saber conscientemente que la propia vida está por finalizar a causa la vejez o de una enfermedad terminal es la última crisis que una persona puede padecer y es normal que ello le produzca angustia y sufrimiento.

La naturaleza humana está diseñada para intentar sobrevivir a los peligros, al punto de crear estados de alerta físicos. La ansiedad, por ejemplo, dispara en el organismo una respuesta de huida o defensa para protegerse de las una amenaza.

Por el contrario, cuando alguien está afectado por una depresión es común mostrar síntomas como tristeza, anhedonia o falta de interés y deseo. Incluso hay quienes tienen pensamientos y sentimientos suicidas, que podrían poner en práctica.

En consecuencia, entender que la propia muerte está por ocurrir y no poder hacer nada para evitarlo es una situación anormal, frustrante, angustiosa y crítica.

Sin embargo, serenas cartas de despedida de gente al borde de la muerte se han vuelto virales en la actualidad. En ellas invitan a las personas a trabajar menos, no malgastar su tiempo y buscar la felicidad. Lamentablemente, estos comentarios están perdiendo su valor a fuerza de repetirse sin reflexionar en su contenido.

 
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Existen, por otra parte, escritos de sabios que han conseguido respuestas para alcanzar la trascendencia sin remordimientos, por ejemplo, refugiándose en la satisfacción que brinda la gratitud.

Vale la pena conocer esos pensamientos, divulgarlos y analizarlos. Aquí mencionaremos las ideas del famoso neurólogo y escritor judío Oliver Sacks quien, al recibir el diagnóstico de cáncer metastásico, escribió cuatro valiosos ensayos con las reflexiones de los últimos dos años de su vida.

 

Cuatro ensayos sobre el final de la vida

Oliver Sacks (1933-2015) fue un médico y autor británico conocido mundialmente por su best-seller Awakenings (Despertares). Este relato autobiográfico sobre su trabajo con pacientes de encefalitis letárgica fue llevado al cine en 1990 en una película protagonizada por los actores Robin Williams y Robert De Niro.

Como escritor, sus libros no especificaban detalles clínicos de las enfermedades. Más bien se concentraban en las vivencias subjetivas de los pacientes y cómo enfrentaban y compensaban los deterioros en el funcionamiento de sus organismos.

Sacks se encontró en una situación similar en el año 2013, cuando un antiguo cáncer volvió en forma de metástasis y con pocas opciones de tratamiento. Por ello decidió redactar «De mi propia vida», una carta de despedida y a la vez de agradecimiento por las experiencias que había tenido. Luego sintió que era prematuro anunciar su enfermedad terminal y esperó a publicarla luego de una intervención quirúrgica que le concedería algún tiempo de salud y actividad.

Meses antes de recibir la noticia de su enfermedad, había escrito «Mercurio», un texto donde celebraba y agradecía los beneficios de llegar a los 80, pero sin negar los aspectos negativos que conlleva la vejez, como la fragilidad física y mental.

En el año 2015 gozó de buenos momentos, durante los que realizó algunos viajes y sus actividades preferidas, entre ellas escribir. Publicó el ensayo «Mi tabla periódica», donde asoció su mortalidad con la lista de los elementos químicos, cuyo estudio siempre le habían despertado interés.

A finales de ese mismo año, su salud se deterioró rápidamente, pero redactó un último artículo llamado «Sabbat», que fue particularmente importante para él ya que pudo plantear temas familiares, su vínculo con la religión judía y cómo todo ello adquiría sentido en esos días finales.

 

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Reflexiones sobre la vida y la gratitud de Oliver Sacks

Cuando estaba por cumplir 80 años, Sacks tenía los sentimientos encontrados de estar maravillado de haber llegado a una edad tan avanzada y emocionado por lo que iba a experimentar, cuando en realidad debía entender que el final de la vida se estaba acercando. Siempre había sido el más joven de su familia y de la secundaria, por lo que reconocer que ya no era más el más pequeño era un sentimiento extraño.

Los problemas de salud lo afectaban en lo físico, pero no le impedían sentirse agradecido con todas sus experiencias vitales, las buenas y las malas, por su profesión de médico, por todo lo que había podido escribir, por las relaciones con sus amigos y pacientes y por los días que le hacían decir: «Me alegro de no estar muerto».

Como su padre, creía que ser octogenario era una ampliación de la vida mental y la perspectiva. Había visto y pasado por muchas cosas de primera mano, guerras y revoluciones, recesiones económicas, éxitos y fracasos; sentía el peso y la importancia de casi un siglo en sus huesos. Pero sobre todo, era capaz de agradecer por la belleza al ser consciente de la fugacidad de la vida, algo que es imposible de notar cuando se es joven.

Como todos, se quejaba del tiempo que había desperdiciado y de las limitaciones que aún lo perseguían, como la timidez, la falta de más conocimientos sobre otras culturas y no hablar varios idiomas.

Sin embargo, la parte más interesante era tener la sensación de que todavía no había «completado» su vida, lo que en la tradición bíblica se conoce como nunc dimittis (promesa realizada por el Espíritu Santo a al devoto judío Simeón de que no moriría hasta ver con sus ojos al Salvador, hecho que ocurrió en el templo de Jerusalén).

Paradójicamente, junto a esa sensación, también una larga vida le permitía tener una distancia analítica de las cosas que le resultaba apasionante. En sus propias palabras, consideraba que:

«En los últimos días he sido capaz de ver mi vida desde una gran altura, como si fuera un paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de que todas sus partes están conectadas. Aunque eso no significa que ya no quiera saber nada de la vida. Por el contrario, me siento intensamente vivo, y quiero y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de aquellos que amo, escribir más, viajar si tengo fuerzas y ser capaz de comprender y conocer más y mejor. No se trata de indiferencia, sino de distancia. Todavía me preocupa mucho el Oriente Medio, el calentamiento global, la creciente desigualdad, pero ya no son asunto mío; pertenecen al futuro».

Sacks tenía miedo a la muerte, pero el sentimiento predominante en él era el de gratitud, por haber amado y haber sido amado, haber recibido mucho y poder haber dado a cambio, haber leído y viajado, pensado y escrito. En resumen, haber tenido lo que Nathaniel Hawthrone llamó un «diálogo con el mundo».

No consideraba la existencia de un más allá, ni le preocupaba lo que ahí le ocurriría. Sus pensamientos finales giraban en torno a lo que significaba llevar una buena vida y poder alcanzar una sensación de paz consigo mismo. Tener la conciencia tranquila para poder, como en el sabbat bíblico, descansar después que su obra estuviera terminada.

 

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