Una de las formas de sanar el sistema emocional y liberarse de los sentimientos o emociones negativas vinculadas con malas experiencias del pasado es practicar la gratitud como un hábito.
El escritor Ricardo Perret prefiere hablar de emociones distractoras en vez de emociones negativas, debido a que estas nos alejan de una vida en paz, nos impiden disfrutar el presente y tener fe y confianza en el futuro.
La práctica de la gratitud puede rediseñar la relación con un pasado difícil. Aprendiendo a cultivar el agradecimiento, la mente es capaz de reprogramar emociones distractoras para enfocarlas desde una perspectiva positiva.
Cuando se logra sentir y aceptar cualquier experiencia como un regalo de vida o una enseñanza, incluyendo los momentos complejos o dolorosos, se abren las perspectivas y la mente y el corazón se disponen a aprovechar al máximo esa situación.
Este cambio de actitud permite la liberación de las cadenas emocionales (pensemos en la ira, el miedo, la tristeza o el dolor) y en consecuencia evita que sigamos anclados en el pasado.
La gratitud hacia el pasado en contraposición a las posiciones enjuiciadoras
Practicar el agradecimiento de manera sistemática es un medio para liberarse de personas y situaciones del pasado que nos hacen sentir atados. Y decimos “sentimos” y no que nos atan, porque muchas veces somos nosotros quienes insistimos en mantener el vínculo, sin importar que se haya vuelto tóxico.
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Cuando una relación ha fracasado, o una experiencia ha sido dolorosa o difícil, se tiende a culpar expresando que “nos hicieron” sufrir o “nos causaron” un daño. Una forma en que intentamos liberarnos de ese sentimiento negativo es decidiendo perdonar o no a la persona u olvidando la situación.
Culpar y tomar decisiones equivale a realizar un juicio, tal y como si estuviéramos llevando a un tribunal cada experiencia y persona que fue importante en nuestras vidas.
Sentirse siempre como un juez y tener que decidir entre perdonar o no y entre olvidar o no resulta agotador y desgastante en lo emocional.
Por eso es preferible asumir la práctica de la gratitud en vez de la del enjuiciamiento. Con ella, se puede cerrar ese ciclo de manera positiva y amorosa.
La gratitud como un nuevo enfoque hacia el pasado
La gratitud, aplicada conscientemente, permite sanar relaciones y vivencias del pasado que impiden disfrutar el presente y proyectarse con confianza y fe en el futuro.
Agradecer permite soltar y despedir de manera amorosa a la persona o hecho que nos lastimó pensando que esa relación fue necesaria para dejar un aprendizaje o en todo caso para ayudar a convertirnos en esa mejor versión de nosotros que somos ahora.
Cuando se le encuentra el lado positivo a lo vivido y se puede manifestar gratitud, no hay que juzgar, no hay que perdonar, el dolor empieza a desaparecer y se deja de querer que no hubiera ocurrido.
Y lo más importante de todo: la gratitud hacia el pasado libera de los sentimientos de culpa, de dolor y de ira.
El pasado no ha cambiado, ha cambiado nuestra perspectiva hacia él.
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La gratitud en relación con algunas personas
Sentirse juez de personas que fueron importantes en nuestra vida es asumir una responsabilidad muy pesada para nuestras emociones.
Los padres, las exparejas, los jefes, los amigos de quienes nos hemos distanciado han sido realmente especiales para nosotros, por lo que es normal que queramos seguir unidos a ellos, no importa si es de una manera negativa.
Por eso, una manera de sanar esa relación es reinterpretarla.
Por ejemplo, con los padres ausentes o con quienes se mantiene un conflicto, Ricardo Perret sugiere repetirse el siguiente pensamiento: “Si yo hubiera vivido las experiencias de vida que él o ella vivieron, seguramente habría actuado igual que él o ella”.
Ver desde este punto de vista lo que te hayan hecho permite ser empático con su vivencia. No significa justificar ni juzgar a esa persona, sino verla desapasionadamente, como a cualquier otro ser humano.
En el caso de las exparejas, muchas veces las juzgamos diciendo que “nos hicieron” algo negativo (engañarnos, dejar de querernos, lastimarnos emocional o físicamente…). Practicar la gratitud en vez del juicio hacia ellos, por haber estado en nuestras vidas y hacernos crecer, genera un proceso interno de sanación.
Del mismo modo, los amigos con quienes peleamos, los compañeros de trabajo por quienes perdimos una oportunidad, entre tantos otros, abrieron un ciclo de dolor que no queremos cerrar hasta que el otro no acepte su parte en el conflicto.
Pero esa es una actitud arrogante que nos lleva a sufrir. Con la gratitud, en cambio, reconocemos al otro y entramos en un proceso de aprendizaje de esa experiencia de vida que mantuvimos con él.
Gratitud hacia nuestras emociones
Precisamente, a las personas arrogantes les cuesta aceptar con naturalidad emociones como las ganas de llorar o el fracaso, además del miedo, la culpa o la ira. Los toman como signo de debilidad que no deben permitirse.
Como humanos, tenemos un sistema emocional poderoso y es inevitable sentir, intensamente y todo el tiempo. Por eso, es mejor demostrar gratitud hacia cada una de nuestras emociones, incluso las consideradas negativas o “distractoras”, porque ellas nos permiten experimentar profundamente y recordar todo lo vivido.
No sólo debemos intentar reconocer el valor de cada situación y las personas que la produjeron, y sentir gratitud hacia ellas. Debemos reconocer y agradecer también el valor de las emociones que las acompañaron.
La clave es enfocarse en la interpretación que estamos dando a esas experiencias y personas en nuestra vida, y sanarlas mediante la gratitud si nos están causando sufrimiento en nuestra mente o en nuestro corazón.
