¿Peor Solo que Mal Acompañado? Problemas Cuando la Soledad No es Elegida

La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente.
Carmen Martín Gaite
Novelista española

 

La soledad, según Arthur Schopenhauer, es una fuente de tranquilidad y paz mental, el remanso desde donde se puede acceder al autoconocimiento y la sabiduría. Sin embargo, también sabemos que el ser humano es una criatura social que necesita del contacto con sus semejantes para mantenerse psicológicamente sano y estimulado.

En publicaciones anteriores hemos hablado de las personas que se sienten bien estando solas. A pesar de ser criticadas por la sociedad que privilegia la vida y acciones en colectivo, la soledad, cuando es elegida, no siempre daña la psique.

Por el contrario, estimula la creatividad, la inteligencia y el análisis que son inherentes a los líderes, abre espacio para el pensamiento y la reflexión, permite el trabajo productivo e incluso ayuda a ampliar y enriquecer el mundo espiritual.

Esto se debe a que la soledad forma parte de la esencia humana (lo cual no contradice la definición del «animal social» mencionada al principio). Filosóficamente, «se nace, se vive y se muere solo», en palabras de Buda, porque nadie puede hacerlo por nosotros.

Incluso en los partos múltiples y aunque no lo recordemos, nacemos como seres únicos e irrepetibles. En la vida podemos sufrir experiencias difíciles en compañía y amar u odiar alguien, pero el amor y el miedo de los otros será de ellos y nuestro afecto y temor, sólo nuestro. Acompañar a un ser querido durante su agonía, e incluso morir en el mismo accidente, no significa «vivir la muerte» del otro.

Estar aislado es alejarse de los contactos y las relaciones. Estar solo es ser uno mismo, experimentar el esfuerzo individual de existir, que es la verdad de la existencia humana. Aceptar lo segundo es una herramienta poderosa para darle sentido a la vida al comprender que realmente es imposible entregar nuestras cargas a otros sin que dejemos de ser nosotros mismos. Lo primero puede llegar a ser lo más emocionalmente difícil de llevar.

Notemos que la sociedad moderna agrupa a los seres humanos como nunca antes: los mantiene en contacto por todos los medios tecnológicos posibles, los estimula a vivir en familia, a laborar en grupos y encontrar diversiones colectivas. Pero nunca nos habíamos sentidos tan solos y llevando una existencia tan anónima viviendo en comunidad.

Es la misma sensación de ir a una fiesta en la que no se conoce a nadie; o convivir con parientes con quienes no tenemos buenas relaciones. Rodearse de gente no implica sentirse acompañado. Significa que estar solo y sentirse solo no es lo mismo, porque la soledad no elegida, sino impuesta por las circunstancias, es una carga que trae consecuencias en el plano emocional y físico.

 

Problemas que entraña la soledad cuando no es elegida

La soledad forzada por las circunstancias termina siendo dañina para nuestro bienestar psicológico porque deja a la persona sin las fuentes de validación emocional que todo ser humano necesita, alguien con quien desahogarse y compartir sus experiencias y emociones, tanto positivas como negativas.

También este tipo de soledad está encadenada a sentimientos como la tristeza, la inseguridad y la sensación de indefensión. A esto se debe que, por ejemplo, en los adultos mayores y en la gente aislada durante las cuarentenas por el Covid-19, la soledad haya provocado cuadros de ansiedad y depresión.

Las emociones negativas recurrentes y crónicas incrementan las posibilidades de padecer un trastorno emocional. Cuando estamos solos de manera forzada tendemos a sumirnos en un discurso interior pesimista que colorea nuestra visión del mundo. Este enfoque termina provocando en nosotros un aislamiento todavía mayor.

Además de esto, nos sentimos vulnerables y el sistema nervioso entra en modo de supervivencia, es decir, incrementa la actitud hipervigilante sobre personas y eventos y terminamos considerando el mundo exterior una fuente de potenciales peligros y amenazas.

En conclusión, la soledad es un recurso que se retroalimenta para convertirnos en seres todavía más solitarios.

 

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No es de extrañar por lo tanto que vivir la soledad forzada como una experiencia estresante tenga impactos en nuestra salud física, además de en la mental. El cortisol, la famosa hormona del estrés, puede contribuir a respuestas inflamatorias en el organismo y, por supuesto, a debilitar el sistema inmune.

Estudios han comprobado que la falta de compañía hace que las personas descuiden su medicación contra condiciones como la diabetes, la hipertensión o la esquizofrenia.

El corazón también se resiente por el estrés y la tristeza, incrementando la presencia de enfermedades coronarias. Los índices de demencia y Alzheimer se multiplican en pacientes solitarios. Finalmente, también se ha concluido que las personas sin apoyo familiar o social tienden a morir prematuramente.

 

¿Cómo atenuar los problemas asociados a la soledad?

 

  1. Reconocer la soledad en su justa medida

Es común que quienes padecen de soledad se autocompadezcan y traten de relacionarse ansiosamente con los demás (logrando incluso el efecto contrario de alejar a potenciales compañías). Otros prefieren ignorar los sentimientos que experimentan, desarrollando una ira oculta.

No debemos evitar esa sensación sino reconocer que tenemos una necesidad insatisfecha de apoyo o acompañamiento.

 

  1. Analizar nuestras respuestas

En la medida en que reconozcamos que el aislamiento nos está provocando estados de ansiedad y que colocamos nuestro cerebro en modo de supervivencia, sabremos que no todas nuestras percepciones de la realidad son verdaderas.

Esto significa que si queremos restablecer nuestro contacto con la sociedad y tener relaciones satisfactorias, debemos dejar de estar a la defensiva y permitirnos nuevas experiencias sociales que nos den la oportunidad de conocer y tratar a nuevas personas.

 

  1. Priorizar las relaciones de calidad

No importa cuántas personas lleguen a nuestras vidas mientras conectemos a un nivel profundo con ellas. Es mejor tener pocos amigos que muchos conocidos.

Igualmente, una hora de conversación con alguien que nos comprenda y con quien no necesitemos disimular ni controlar lo que decimos será mucho más sanador que varias reuniones sociales a lo largo de un día con personas que poco o nada nos importan.

 

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