Cuando una persona se encuentra en el difícil proceso de perder los kilos de más que ha ganado, descubre que la incitación a comer demasiado en parte puede provenir de una costumbre de tipo social.
En la mayoría de las culturas el ofrecer e intercambiar alimentos suele tener considerable significado: por ejemplo, las fiestas son expresión de unidad, amistad o celebración de algún logro, por lo que se ofrece comida y bebidas como expresión de triunfo y felicidad.
En algunas sociedades, especialmente las de Oriente medio, las normas que vinculan al anfitrión y al invitado a través de la comida son de un gran rigor, por lo que no pueden ser incumplidas.
Compartir algún alimento, aunque solo nos refiramos a un café o una copa, es una confirmación de que se mantiene un trato cordial, por lo que suele ser difícil de rechazar sin trasmitir un mensaje negativo a quien hace la invitación.
Existen casos donde se come en exceso y más allá de las necesidades nutritivas para coincidir con un colectivo. Los asistentes a una cena pueden consumir más de lo que acostumbran solo por complacer al anfitrión. Repetir o continuar probando aperitivos es una forma común de imitar a los demás y prolongar el ambiente agradable en una reunión.
La presión se torna especialmente intensa cuando se bebe en grupo. Quien no mantiene el ritmo de bebida de los otros luce como un «aguafiestas» y existe la exigencia tácita de aceptar «una última copa» cuando alguien ha decidido irse.
Probablemente dos empresarios que discutan un negocio tengan un almuerzo de dos platos, postre y una botella de vino porque esta experiencia ayudará a superar las inhibiciones, establecerá confianza y facilitará el trato comercial entre ellos.
El ama de casa ofrecerá una taza de café y hasta un trozo de pastel a la vecina que visite. Dos amigos que se encuentran después de un largo tiempo lo más probable es que vayan a comer para conversar.
El origen de esta presión surgió de una situación clave para nuestros ancestros: los alimentos eran escasos y difíciles de obtener; en consecuencia, eran valiosos. Compartirlos se volvió un signo verdadero de amistad.
El problema es que la gente se sigue empujando mutuamente a consumir debido a que la sociedad aún no se adapta al cambio en la adquisición y tenencia de comestibles en la actualidad.
No solo las personas como las descritas al inicio del artículo son «enemigos sociales» de las dietas. También la publicidad con sus anuncios de comida juegan con las costumbres alimentarias.
Explotan el vínculo entre la comida y la satisfacción, por ende, la felicidad; venden la idea de que las golosinas hacen pasar momentos divertidos a los niños, y que las personas pueden encontrar en los sabores una sensación de seguridad y disfrute de épocas anteriores, como si de una droga se tratara.
Junto a estos motivos, existen otros impulsos externos que llevan a los individuos a comer en exceso pero se pueden combatir, al igual que las causas internas (desconocimiento de la buena nutrición, factores psicológicos, traumas de la infancia, entre otros). Aquí presentamos algunas ideas que te enseñarán a enfrentar con éxito a la sociedad durante tu proceso de adelgazamiento:
– Lleve un registro exacto de lo que come, cuándo y dónde. Al identificar los eventos podrá evidenciar los motivos que lo están induciendo a comer, por ejemplo, mantenerse en armonía con los compañeros de trabajo, sus intentos de ampliar su círculo social, su gusto por las celebraciones y la fiesta, su deseo de no estar solo. Estas situaciones repetidas pueden identificarse para luego resolverse o bien eludirse.
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– Pocos de los que comen por motivos emocionales comprenden lo que les impulsa a comer. «Tener hambre» (que en una persona bien nutrida a veces es solo un «deseo de hacer algo») no siempre es una sensación provocada por el estómago vacío.
El psicólogo norteamericano A. J. Stuckland, realizó un estudio simple y concluyente que lo demostró. Con un grupo de experimentación formado por individuos de peso normal y por personas obesas, encontró que esos últimos no interpretaban bien las necesidades de su organismo, y en cambio respondían a razones psicológicas, pero también a otras de tipo social, como, por ejemplo, la hora de comer o el hábito de morder sin parar para evadir la timidez o el aburrimiento.
A veces, mantener una relación estrecha con su nutricionista, consultándolo sobre su vida social y cómo adaptarla a su dieta, es una parte importante del proceso de adelgazamiento. No tome a esta persona como el facilitador de una lista de alimentos, sino como un colaborador.
– Algunas personas con sobrepreso en realidad no disfrutan la comida en un sentido positivo. No les interesa experimentar sabores nuevos. Comen los alimentos más corrientes y fáciles de preparar, y que son los que generalmente engordan: pan, galletas, dulces procesados, todo lo que se puede sacar de una bolsa o refrigerador y no necesitan preparación. Freír es el modo más rápido de cocinar, pero el menos saludable.
Por ello, el mejor modo de controlar lo que uno come es, curiosamente, interesarse más por la comida. Intente cocinar para usted mismo siempre que pueda y aprenda sobre valores nutritivos, ingredientes y recetas aprobadas por su experto de salud. Sabrá así lo que come y aunque no cuente calorías, se estará alimentando con un espíritu crítico.
– Ya se planteó la conexión entre las relaciones personales y la alimentación. Entonces, si queda de encontrarse con amigos, déjeles en claro que quiere compartir con ellos pero no puede acompañarlos a comer, que llevará sus propios aperitivos o consumirá abriendo su cuenta aparte. Si en verdad lo aprecian, no deberían negarse a su solicitud.
– Tal vez deba limitar un poco su vida social cuando se encuentre a dieta. Adelgazar es una meta que se ha propuesto alcanzar en esta etapa de su vida, por lo que requerirá de algunos sacrificios. Recuerde que comer en eventos le traerá un poco más de peso extra y un poco más de culpa. La culpa reducirá el placer que experimentó en ese evento social y la decepción y tristeza consigo mismo puede llevarlo incluso a comer más y empezar a fracasar en su objetivo.
– Estar de viaje puede resultar desastroso para un régimen de adelgazamiento. La comida diferente y todos los nuevos sabores forman parte del atractivo de conocer un sitio nuevo. Como uno está ahí para divertirse y como el tiempo es limitado, resulta tentador dejar de lado los controles dietéticos normales con evidentes consecuencias para el peso.
Por lo tanto, no inicie una dieta si piensa irse de vacaciones. Sencillamente postérguela hasta su retorno y una vez en casa dedique sus esfuerzos a este propósito.
– En cuanto a los ofrecimientos de comida como un gesto social, pruebe lo siguiente para eludir este problema: acepte (y ofrezca) únicamente alimentos de bajo contenido calórico. Si siente que la persona desea invitarle un pedazo de pastel, galletas o algo que no debe comer, dígale que viene de almorzar y que en realidad desea sobre todo un vaso de agua por la sed. De este modo, cumplirá con el requisito social del ofrecimiento y calmará su antojo de haber aceptado algo dulce.