En la actualidad un gran porcentaje de la población defiende la creencia de que las estrategias conductuales, creencias espirituales y terapias seudocientíficas, que fomentan el pensamiento y uso de un lenguaje positivo, colaboran para mejorar la calidad de vida de quienes las practican.
Las ventajas del optimismo son promocionadas frecuentemente a través de material de autoayuda. Así encontramos mercancía con mensajes positivos, frases en Facebook o Instagram y coachers que publicitan sus libros con técnicas para superar el miedo, cambiar de actitud y alcanzar metas personales en poco tiempo.
El optimismo, en efecto, es una doctrina que permite proyectarse en el futuro de forma favorable y provee la motivación para ir en busca de sus objetivos, con la suficiente confianza en sí mismo para enfrentar las dificultades.
De manera contraria, si la proyección que se hace de la vida es negativa o pesimista, los sentimientos mayoritarios serán de angustia, abatimiento y preocupación por el presente y el futuro.
Sin embargo, ¿basta con pensar, decir y convencerse de que todo va a salir bien para que ocurra así?
El problema con los «buena onda»
Pensemos además en aquellas personas que pretenden ayudar con su discurso optimista a los que se encuentran desanimados, deprimidos, desorientados o tristes por alguna situación particular. Generalmente enarbolan frases como:
«No malgastes tu vida en lágrimas», «No te detengas a pensar en el pasado«, «No sufras por lo que no va a cambiar», «Lo único que debes hacer es seguir adelante», «Mira las cosas maravillosas que tienes, en vez de las que has perdido».
El problema con ser siempre «buena onda», ver sólo el vaso «medio lleno», mantener el optimismo sin considerar el obstáculo y repetir frases positivas pero vacías de significado es que hay un límite, y este es la severidad de la situación que nos afecta en el momento.
La psicóloga norteamericana Aimee Daramus explica que esta actitud en la que no se reconocen los sentimientos ni las dificultades por las que atraviesa la persona, sino que se insiste en venderle los valores de un discurso optimista, es una suerte de positividad tóxica que impide relaciones sanas:
«No te puedes sentir cerca de alguien si no puedes compartir[…] las emociones negativas. Nunca te vas a sentir amada realmente por otro si no puedes estar también triste o asustada o enojada en su compañía«.
Compartir sensaciones y sentimientos dolorosos como la tristeza, la ira, el fracaso o la frustración es una conducta saludable, al igual que el hábito de llorar al lado de alguien.
Sin embargo, los optimistas generalmente no pueden conectarse con esas situaciones ni establecer una relación de comprensión y compasión. Es más, usualmente quieren impedir y detener el llanto del que está sufriendo, cuando deberían permitirlo.
La terapeuta californiana Laura Lee Townsend menciona que «andar fingiendo que no tenemos emociones negativas puede crear toda clase de problemas psicológicos y físicos. Ese estado de negación causa estrés a la mente y al cuerpo. Los sentimientos negativos que se esconden pueden causar dolores de estómago, de cabeza, fatiga crónica, angustia y depresión…«.
Esto significa que hacer proyecciones demasiado optimistas, tanto para nosotros como para otras personas, es tan negativo como enfocar la vida de modo pesimista.
Existen dos clases de optimismo: el que se puede definir como «inteligente» y el «ilusorio» o positivismo tóxico. Analicemos cada uno en detalle.
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Quien es optimista de manera inteligente sabe que su confianza está limitada por muchas realidades que escapan de su control y que en algunas circunstancias es mejor ser prudente con las aspiraciones. Reconocer que hay situaciones difíciles en la vida que no se pueden controlar permite aceptar con mayor conformidad las realidades adversas.
Por más optimista que alguien sea, y a pesar de su esperanza, no se puede evitar ni obviar el sufrimiento que es inherente a la evolución en la vida. Tenerlo presente es clave para no caer en una actitud ilusoria.
El positivismo tóxico u optimismo ilusorio distorsiona la percepción de la realidad, del mismo modo que lo hace el pesimismo. Ambas posturas escogen la parte de la realidad que valida su visión y suponen que todo ocurrirá como lo prevén.
Precisamente, este exceso de optimismo tiene su base en el pensamiento positivo: consiste en creer que si piensas que las cosas ocurrirán a tu favor, así será, o que si quieres algo, siempre conseguirás la manera de obtenerlo, aunque todas las posibilidades estén en tu contra.
Esto en muchos casos genera una convicción de triunfo que activa la confianza en las capacidades propias y es conocido en deporte como la «suerte del campeón«. Esta actitud puede ayudar a aumentar las posibilidades de ganar.
En otros casos, el solo hecho de pretender que las cosas van a salir bien exclusivamente porque se desea no es una actitud realista. Por ejemplo, mucha gente valiente ha tenido una actitud positiva para enfrentar una enfermedad, pero no ha logrado superarla.
Necesitamos ser capaces de imaginar las mejores alternativas para vencer y creer que podremos hacerlo, porque esta confianza nos ayudará a alcanzar los objetivos. Pero también debemos ser prudentes y no perder de vista las complicaciones que pueden presentarse en el camino y en algunos casos aceptar que nos tocará desistir en nuestro plan o modificarlo, por más que tengamos deseos de alcanzar el éxito.
¿Cuál es la mejor actitud?
La psicóloga Townsend explica que aceptar, compartir y permitir que otros compartan sus sentimientos, incluidos aquellos vistos como negativos, por ejemplo, el temor, la pena o la frustración, es sanador y a la vez permite establecer relaciones profundas y duraderas. Reconocer las emociones negativas ayuda a aceptarlas y dejarlas atrás.
Esto tiene su base en teorías de la neurociencia: la oxitocina, una hormona que favorece la sensación de intimidad y confianza, se libera en situaciones donde sentimos que podemos expresarnos sinceramente.
Además de actuar en el cerebro, también se perciben alteraciones positivas en el cuerpo, concretamente la relajación física. En consecuencia, reconocer y aceptar que estamos sobrecogidos por una situación difícil o dolorosa o que otra persona se siente así, a veces es necesario y preferible a una actitud falsamente positiva.
La psicóloga y escritora Celia Antonini expresa que teñir nuestro futuro de pesimismo u optimismo exagerado sólo logra distorsionar nuestra imagen de la realidad. La vida es compleja y constituye una mezcla de alegrías, momentos que retan nuestras capacidades y pérdidas dolorosas que debemos estar preparados para enfrentar por igual.