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Las tradiciones y las costumbres suelen tener explicación en sus orígenes, cuando se relacionaban con la forma de vida y necesidades de aquella época. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, estas solo se mantienen en la forma y empezamos a repetirlas sin saber muy bien por qué ni profundizar en el sentido que tienen para nuestra realidad presente.

Una de esas tradiciones son las fiestas de boda. En torno a esta celebración existen muchas ideas románticas. A la gente le gusta ver (y tener) un matrimonio donde la novia lleve un vestido de ensueño, haya un gran banquete con comida abundante, muchas bebidas, música, vehículos de lujo para trasladar a la pareja nupcial y un lugar para la recepción decorado con luces y todo el lujo posible.

Sin importar cuántos sacrificios deban realizar, muchos novios buscan cumplir con esta expectativa y son capaces de gastar grandes cantidades de dinero en ello, solo porque los demás lo hacen o porque la sociedad lo ve con buenos ojos. Pero en realidad no es algo que ellos vayan a disfrutar: generalmente en esas grandes celebraciones, los nuevos esposos ni siquiera pueden divertirse porque pasan todo el tiempo saludando a las invitados, dando instrucciones a familiares y empleados, pendientes del fotógrafo y de hacerse videos y realizar rituales que complazcan a todos. Al final, ese día ni siquiera pueden sentarse a comer tranquilos.

Ahora, nos hacemos la siguiente pregunta: ¿cómo solemos encontrar a esas parejas un año después de aquel día? Muchas están separadas y otras teniendo discusiones y problemas cotidianamente. Incluso hasta las encontramos divorciadas pero todavía discutiendo y tratándose como enemigos. La razón número uno por la que los esposos terminan de esta forma son los problemas financieros, es decir, la falta de dinero.

No es sorpresa que su vida en común haya tomado ese camino: se trata de una sociedad que empezó gastando una fortuna que a veces ni tenía (algunos novios hasta se endeudan para alcanzar los altos estándares de su boda) cuando en realidad pudo destinarla a dar la cuota inicial para comprar una casa, invertirla en la creación de un negocio o la adquisición de un vehículo que le produjera un ingreso pasivo mensual.

Ese dinero de seguro hubiera ido creciendo en el tiempo o al menos habría sido una base o fundamento para empezar a generar esa libertad financiera que todas las parejas desean y les conviene tener a fin de garantizarse un futuro.

 

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No todas las ideas, por ser románticas o tradicionales, son buenas. En muchos países se suelen celebrar los 15 años de las chicas con una gran fiesta, un viaje al extranjero o un crucero por algunas islas. Esta costumbre queda como residuo de la llegada a la madurez de los jóvenes en tiempos antiguos. Pero hoy en día este debut en la sociedad implica un gasto suntuoso para los padres. A veces estas adolescentes pueden tener muy poco de adultas y solo desean bailar y beber inmoderadamente con sus amigos hasta altas horas de la madrugada o causar un dolor de cabeza a sus cuidadores en su primer viaje sin la compañía de los padres.

En vez de festejar de esta manera, ¿no sería más inteligente de parte de la familia convertir ese dinero en la primera inversión de la joven? Ciertamente, no sería capaz de tomar decisiones financieras por sí misma todavía, pero sí podría ir aprendiendo al respecto y con cierta ayuda ver de primera mano cómo la beneficia el aumento de sus inversiones a partir de ese capital.

Si queremos hablar de la contraparte masculina, algunos padres se esfuerzan por encima de lo conveniente para regalarles un auto a sus hijos tan pronto cumplen la edad para aprender a manejar. Estos chicos desconocen de esfuerzos económicos que este bien exige, así que probablemente cometan imprudencias en su uso y mantenimiento. ¿Cómo encontraremos a estos jóvenes en el futuro? Seguramente trabajando de asalariados en alguna oficina, sin aspiraciones financieras ni capacidad para dar una buena calidad de vida a sus propios hijos.

Ahora, hay que mencionar que los millonarios, quienes sí conocen el valor del dinero y, aun cuando están en posibilidades de darse estos gustos sin afectar sus presupuestos, ¡no se preocupan por las tradiciones!

El empresario Kevin O’Leary, famoso por aparecer en el programa de televisión Shark Tank, ha comentado que, en su juventud, cuando se casó con su novia lo único que hizo fue llamar a unos amigos y tener una excelente celebración tomando pizzas y cervezas. Lo interesante de su experiencia es que todavía ella es su esposa y obviamente han amasado una fortuna fabulosa.

En estos momentos, O’Leary y su mujer podrían financiar una boda a todo dar, con todos los ítems que la sociedad espera ver en un matrimonio: vestido, comida, decoración, música y mucho dinero invertido en ello. Y ni qué decir de una luna de miel. Casualmente, este sería el momento ideal para hacerlo racionalmente, sin afectar en lo más mínimo sus finanzas. No cuando no podían permitírselo sin perjudicarse económicamente.

El empresario Tony Robbins tuvo una juventud sin privilegios. Al ser expulsado de su casa a los 16 años, tuvo que aprender por las malas el valor del trabajo duro y de mantener en buen estado su vehículo pues llegó a vivir dentro de él. Hoy en día es millonario y su dinero no hacer sino crecer.

Los millonarios no son diferentes a nosotros. Viven en la misma sociedad y están sometidos a los mismos convencionalismos, solo que toman decisiones diferentes a las del resto de la población, decisiones que los benefician a ellos y su futuro económico, sin importar lo que los demás piensen y sabiendo que lo que otros definen como felicidad no es algo obligatorio.

Si quieres formar parte de ese grupo selecto de gente con verdadera inteligencia financiera, sigue el ejemplo de los ricos: toma decisiones y edúcate para no cometer errores por hacerle caso a la sociedad.

 

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