¿Le Preocupa la Edad? Aprenda Cómo Confiar en la Vida

A algunas personas les ocurre que repentinamente tienen la sensación de haber perdido el rumbo de sus vidas, cuando hasta el momento todo había marchado de manera acorde con sus proyectos personales. Es la misma angustia que se experimenta al extraviarse. ¿Recuerda haber perdido de vista a sus padres siendo niño, a ese temor de estar solo y no saber cómo volver a casa, quedando a la merced de cualquier peligro y sin nadie que lo proteja? Bueno, es igual de extraño y frustrante, en especial porque a medida que crecemos vamos adquiriendo, junto a los años, herramientas y conocimientos para poder dar forma a nuestras aspiraciones personales. Entonces, ¿por qué de repente pasa esto?

El extravío puede ocurrir en distintos momentos de la vida. Algunos lo experimentan por ejemplo, cuando abandonan los estudios debido a problemas personales o económicos. Se resume en la expresión: “¿Y ahora qué hago? No puedo seguir haciendo lo mismo que mis amigos porque ellos continúan yendo a la escuela…”.

A otros les ocurre al terminar la universidad. Tienen muchos conocimientos teóricos y alguna experiencia como pasantes, por lo que se sienten listos para ingresar en el mundo laboral, pero se encuentran con que nadie los quiere contratar, alegando que son muy jóvenes y sin una hoja de vida o currículo. El recién graduado piensa que si no recibe una oportunidad, nunca podrá adquirir esa experiencia laboral que le solicitan y, si continúa demasiado tiempo de esa manera, será todavía un peor candidato, al ir sumando más edad.

Un tercer grupo experimenta esta sensación en la edad media e incluso más allá, cuando sus planes personales y su confianza desaparecen. Ya no saben qué hacer ni cómo seguir. En la juventud sus ideas y objetivos estaban claros, tenían iniciativa, sabían lo que querían y cómo conseguirlo. Ahora todo es motivo de dudas y se sienten sin fuerzas para avanzar. Se preguntan: “¿Cómo es posible que siendo adulto tenga menos claridad que en la juventud?”.

Vale la pena cuestionarse cómo y por qué hemos perdido las cualidades que nos hacen sentirnos centrados y enfocados, así como las energías y el optimismo hacia nuestro proyecto de vida. ¿Son acaso sucesos externos los que nos afectan o algo se “daña” repentinamente dentro de nosotros?

¿Acaso se puede involucionar en el desarrollo personal?

¿Se puede ser menos hábil después de haber obtenido un título universitario, se fracasa por tomar un camino distinto al de los compañeros que siguieron estudiando, o por no saber si se quieren los mismos logros en la vida que el resto de los contemporáneos a los 30 o 40, o no estar satisfecho con todo lo alcanzado a los 50? ¿Se pierde el gusto por la vida a los 60 o 70? Esas preguntan se formulan escogiendo décadas al azar porque, como se ha dicho, esta pérdida del sentido de la vida puede ocurrir en cualquier etapa de nuestra existencia…

 

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La respuesta a las anteriores preguntas es no. La vida solo puede evolucionar, en cualquier punto donde se encuentre. La creencia en que se era mejor antes del momento de la crisis, o se tenía el panorama más claro, es solo aparente. Todas las cualidades, sabiduría y fortalezas acumuladas hasta esa fecha, cuando son verdaderas, se mantienen. Porque, cuando perdemos algo que considerábamos propio, lo primero que debemos considerar es si realmente lo teníamos.

En el caso de las personas entre los 30 y los 50 que entran en crisis por encontrarse insatisfechos con sus logros, no haber alcanzado los ítems propuestos por la sociedad (estabilidad financiera, pareja, hijos, vivienda propia, entre otros), o no saber si verdaderamente los deseaban, les puede ocurrir que esos logros los convirtieron en suyos, pero en realidad eran las aspiraciones impuestas por sus padres o la sociedad, y no tenían un significado profundo para ellos. Por eso, de repente algo en su interior se rebela y decide que ya no los quieren más: el valor que le habían dado al trabajo o al dinero, por ejemplo, de repente deja de tenerlo. Descubren que han sido esclavos de todo eso que les ordenaron construir durante años, y su alma de libera.

Por su lado, el estudiante que entra en el mundo laboral se está enfrentando a la vida real, totalmente distinta del recinto académico, al igual que el joven que ha abandonado la escuela antes de tiempo para buscar su lugar en un mundo de adultos.

¿Esto es malo? ¿Es un retroceso dejar que afloren nuestros deseos auténticos, nuestro verdadero yo, aunque esté en contra de todo lo que nos daba estabilidad y confianza?

No, no es malo. Es un síntoma desconcertante de evolución, una etapa más de nuestro camino hacia la autorrealización.

Lo malo o perjudicial es calificar nuestro miedo como negativo, ver nuestra crisis como un retroceso, además de rechazar el cambio que se avecina con esa crisis y desear volver a este mundo contra el que nuestro espíritu se está rebelando.

Si piensa que en la juventud tenía una única meta y todas sus energías puestas en llevarla a cabo, sin miedos ni dudas, no es porque fuera mejor que ahora, sino porque las personas a su alrededor todavía le facilitaban una serie de cosas que usted tuvo que proveerse con el tiempo. Además, no había pasado por muchas vivencias que le hicieran cuestionarse sus intereses y su importancia. Los jóvenes están en la etapa de ser algo inconscientes para experimentar.

En la juventud una meta en la vida puede ser escalar una montaña. Años después esas personas siguen sintiéndose orgullosas de esa meta alcanzada, pero no todos continuarán siendo deportistas extremos. Algunos empezarán a experimentar temor ante los riesgos, sin que ello se trate de un síntoma de fracaso. Es sencillamente la diferencia entre quienes cambiaron sus intereses de juventud y los que mantienen su amor por esa práctica.

Las crisis de la vida son una suerte de “noche oscura del alma”, en palabras de San Juan de la Cruz, durante la que aprendemos a través del sufrimiento, los problemas y las debilidades, encontrando soluciones, templanzas y fortalezas que antes no hubiéramos podido reconocer en nosotros mismos.

Por eso no debemos ver la pérdida del rumbo de la vida con depresión y desesperanza. Quien evade estos sufrimientos no madura realmente pues no está dispuesto a escuchar ese llamado de su subconsciente ni a hacer el trabajo de saber qué quieren para sí mismos a partir del momento donde se encuentran ahora.

Muchas personas son aparentemente exitosas y cumplen con todos los aspectos que la sociedad espera ver de ellos. Pero no son felices. Han cambiado sus sueños por la comodidad. Clasifican sus verdaderos deseos como “locuras”, ideas que de llevarlas a cabo derrumbarían todo lo que han construido con tanto cuidado. Saben que secretamente no son felices, pero no lo aceptan.

Usted, por el contrario, ha abierto su caja de Pandora y ahora es libre de dejar atrás una existencia sin significado para usted.

No pierda la fe en usted mismo cuando pierda el rumbo, y piense que lo más importante es no haberse quedado en una vida que no era la suya y contra la que su yo interno se rebeló, pero también que no debe quedarse en el sufrimiento y la tristeza. Hay que volver a construir el camino, no importa si tiene 20 o 70 años.

 

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