No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
El principito
Antoine de Saint-Exupéry
Todos recordamos esa época maravillosa de nuestra infancia cuando no teníamos noción de las reglas sociales y éramos capaces de iniciar una amistad con otro niño con tan solo acercarnos y preguntarle a qué estaba jugando. En otros casos, nuestros padres se encargaban de hacer las presentaciones básicas para que pudiéramos pasar una tarde de diversión con alguien a quien desde ese momento le daríamos el título de “amigo”.
En el período escolar el proceso de socialización ocurría en el espacio controlado del aula de clases y con la mediación de los profesores. Independientemente de las las dificultades que encontráramos debido a la timidez, el bullying o intimidación, el aprendizaje de normas o la autoestima, lo más probable es que en esa época del colegio hayamos construido nuestras amistades más recordadas y queridas, nuestros mejores compañeros de juegos y aventuras, complicidades, riesgos y fiestas. En muchos casos, las relaciones con esas personas se llegan a convertir en las más largas y duraderas de toda nuestra vida.
Al llegar a la adultez, sin embargo, hacer amigos se vuelve cada vez más esporádico y difícil. ¿Por qué? Encontramos gente en distintos contextos y muchos llegan a convertirse en compañeros, conocidos, vecinos, parejas (temporales o permanentes), pero no con todos ellos llegamos a tener esa conexión especial.
También ocurre que durante la edad adulta empezamos a perder a los amigos que creamos tiempo atrás. Existen justificaciones para ello: cambios en la forma de ser y puntos de vista, discusiones, nuevos intereses… pero la forma más fácil en que un amistad se rompe es sencillamente el abandono: transcurre el tiempo, nos internamos en nuestras rutinas y cada vez nos alejamos más y sabemos menos de aquellos seres queridos.
Pregúntese cuántos de sus llamados amigos son de verdad cercanos y significativos. Los queremos, pero no siempre estamos dispuestos a dedicarles el tiempo y esfuerzo para mantenerlos presentes en nuestras vidas y saber de sus circunstancias aunque estén distantes.
Las redes sociales han acortado este alejamiento de la amistad, pero muchas veces solo lo hacen en apariencia. Mandar un saludo, una imagen gif de unas flores o un chiste viral es fácil y rápido con los teléfonos inteligentes y nos hacen sentir “conectados”, pero en realidad no suplen una conversación enriquecedora para la relación como las que teníamos antes de ser adultos.
También ocurre que, aunque queremos conservar una amistad, dedicarle un momento de nuestra apretada agenda a esa persona especial, terminamos posponiendo la llamada o el encuentro y rara vez cumplimos con ese compromiso. Es justificable: las normas sociales han cambiado, el tiempo transcurre más a prisa, estamos ocupados y muchos eventos nos requieren. Sin embargo, eso no explica por qué deseamos reencontrarnos con un amigo y luego no lo hacemos.
La razón recae en la verdadera importancia que damos a esa amistad así como la confianza que tenemos en su existencia. Creemos que siempre estará ahí para nosotros y para cuando tengamos tiempo y deseos de activarla, para cuando la extrañemos o necesitemos. Pero si creyéramos que ese encuentro va a ser el último, si en verdad quisiéramos decirle algo o saber de esa persona, de seguro no prolongaríamos más la reunión.
Inevitablemente, esos aplazamientos son los que producen el distanciamiento y por último el quiebre de la amistad. Las relaciones en las que hemos invertido tiempo son las que cuentan y no aquellas a las que podríamos dedicarnos si se diera la ocasión o nos interesaran.
¿Y qué ocurre cuando se trata de conocer a personas que pueden volverse nuevos amigos?
Por ejemplo, un día conocemos a alguien muy agradable y sentimos que fácilmente podría convertirse en un buen amigo. En medio de la conversación, alguno de los dos hace la invitación para un nuevo encuentro y quedamos de acuerdo… pero llega el día y en ese momento estamos cansados, sin deseos de arreglarnos para salir o con algo mejor que hacer, por lo que nos excusamos. La otra persona deja abierta la posibilidad de escoger una próxima ocasión, pero nunca llegamos a concretar. Pasa el tiempo y así dos desconocidos pierden la oportunidad de forjar una amistad.
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Si usted no quiere que ese sea su caso, y desea empezar a construir amistades profundas, es el momento de evaluar su actuación frente a las oportunidades que le da la vida. A continuación le mostramos una serie de sugerencias para conservar a los amigos entrañables que ha construido a lo largo de los años y cómo darse la posibilidad de conocer gente a la cual dar este valioso título:
1) Esté presente para sus amigos, en los buenos y malos momentos, así como físicamente o emocionalmente (en caso de que lo primero no sea posible). Ha habido momentos en que ha acudido en ayuda de una persona de la que no era muy cercana, y esa fue la clave para estrechar una amistad duradera. Las telecomunicaciones han avanzado mucho en la actualidad, por lo que una videollamada en fecha cercana a un cumpleaños o durante un divorcio puede ser tan importante como estar al lado de esa persona. Ralph Waldo Emerson lo resume así: “Ve a menudo a la casa de tu amigo, pues la maleza prolifera en un sendero no recorrido”.
2) Reserve tiempo y recursos para ayudar a sus amigos cuando estos lo requieran. En cuanto a sus propias dificultades, no tome la costumbre de ocultárselas. Así solo los estará alejando de su vida.
3) Invite a sus amigos a salir y deles regalos en fechas especiales. No se trata del valor monetario del obsequio, sino de aprovechar la oportunidad para demostrarles que le importan sus gustos e intereses. A su vez, esté atento a corresponder de manera similar los gestos afectivos que sus amigos tengan hacia usted.
4) Sea tolerante con sus amigos y sus defectos. Ellos lo quieren a usted con los suyos. “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”, decía Elbert Hubbard.
5) Los amigos son los que logran sobrevivir a una gran pelea. Si la amistad perdura es porque es valiosa para ambos. Shakepeare lo sabía: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero”.
6) Sea sincero en cuanto a las personas a las que quiere dar prioridad en su vida. Eso le ahorrará tiempo y esfuerzo a ambos. Tener la educación de aceptar una invitación a salir con la secreta intención de cancelarla después, solo le producirá un desgaste emocional innecesario y le creará el mal hábito de rechazar oportunidades de conocer gente interesante.
7) Si alguien nuevo le resulta agradable, le infunde respeto o estimación y le gustaría que fuera su amigo, no dude en invitarlo a salir. Puede que sea él quien decline la oferta, pero que no quede de su parte el haber perdido la oportunidad de empezar una relación.
8) Hacer una nueva amistad consiste en aprender a acercarse el uno al otro, con esfuerzo, constancia y paciencia. Si tomamos conciencia de que no siempre surge de manera espontánea, entenderemos que somos responsables de construir y mantener viva esa amistad. Hay que tomar acciones para relacionarse y una vez encendida la llama de la amistad, saber conservarla.
Antoine de Saint-Exupéry supo recrear ese proceso en su obra El principito en la relación del protagonista y el zorro, como lo vemos en la siguiente frase: «Si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo». En la historia, el autor llama domesticación a esa delicada práctica de acostumbrarse al otro, aprender a confiar en él, conocerlo y disfrutar de su compañía, hasta que se vuelva alguien especial y único.
Los amigos pueden llegar a ser una de las relaciones más gratificantes de la vida, y no sólo aparecen: nosotros los creamos. Así que la próxima vez que se pregunte sobre si debe darse a conocer o no a alguien que llama su atención, sea consciente de que esa decisión tendrá consecuencias en los amigos que gane, pierda o conserve a lo largo de su camino.