Descubre Uno de los Mensajes Más Poderosos que vas a Escuchar por Wayne Dyer en Español. ¡Cambiará tu Vida!
Me gustaría ofrecerte algo que considero la gran enseñanza espiritual de muchas doctrinas. Hay una historia que la resume.
La llamo la historia de los cuatro filántropos.
[Video] Wayne Dyer en Español
A una aldea llegaron unos conquistadores y se llevaron a muchos de los guerreros a un campo de prisioneros, ubicado dentro de la aldea. Muchos de los habitantes sabían que sus compatriotas eran prisioneros.
El primer filántropo, que era una persona de gran fortuna, se dirigió a quienes manejaban la prisión y les dijo: “Tengo entendido que los prisioneros no tienen acceso a agua fresca. Me gustaría donar todas mis ganancias y bienes para purificar el agua para ellos y garantizar que ninguno se enferme”.
Esto le fue concedido y él sintió que había cumplido su destino, que había hecho aquello para lo que había venido al mundo.
El segundo filántropo descubrió que los prisioneros pasaban frío por las noches, ya que estaban durmiendo sin mantas, sobre simples trapos.
Él tomó todo su dinero y le dijo a los carceleros: “Me gustaría proporcionar camas y mantas a los prisioneros para que estén confortables cuando duerman en la noche”.
Se le otorgó ese derecho y él donó su dinero para tal fin. También sintió que estaba cumpliendo con su destino.
El tercer filántropo descubrió que la comida que estaban comiendo los prisioneros era inadecuada, limitada a frijoles, algo de pan y agua. Así que dijo: “Yo tengo una granja y me gustaría traer toda la comida que cultivo a estos prisioneros”, lo cual se le permitió.
Estos tres excelentes filántropos de la aldea sintieron que habían realmente realizado la misión para la que estaban en este planeta.
Pero el cuarto filántropo era un santo, que no vivía en la consciencia humana ordinaria, sino en la consciencia superior. Él encontró dónde estaban las llaves y fue a la prisión durante la noche para liberar a todos los prisioneros.
Lo que esta pequeña historia metafórica realmente nos dice es que, por una parte, no hay nada de malo en aquellos que viven en el nivel de la consciencia humana ordinaria y que pueden ayudarnos a sufrir confortablemente.
Muchos de nosotros hemos aprendido a hacer eso y lo aceptamos diciendo: “Bueno, mientras esté cómodo, incluso si estoy sufriendo, está bien”.
Pero, por otra parte, están los que tienen las llaves que pueden abrir las prisiones.
Uno de los grandes maestros en mi vida fue Carlos Castaneda. Él hablaba acerca de su maestro, que era un nagual, un término de los nativos americanos que se refiere a todo lo que es cognoscible.
Su maestro decía que tu vida puede describirse como si hubieras nacido en una habitación de una mansión que tiene mil habitaciones. Pero naciste en esa habitación que se denomina consciencia humana diaria.
La única forma en que puedes entrar allí es mediante la concepción y el nacimiento. Además, se nos enseña que la única forma en que se puede salir de allí es mediante la muerte.
Así que pasamos nuestras vidas ocupando solo una habitación de esta mansión, pese a que hay muchas otras habitaciones a las que podríamos ir.
Lo que el maestro le dijo a Castaneda fue: “Yo puedo enseñarte cómo salir de la habitación de la consciencia diaria hacia las otras 999 habitaciones y, si te quedas conmigo y aprendes todo lo que puedo enseñarte, puedo instruirte en cómo salir de la mansión sin tener que morir”.
Te has impuesto prisiones a ti mismo, basadas en lo que llegas a creer que son tus limitaciones.
Lo que tienes que hacer para llegar a ese lugar en el que puedes tomar las llaves y liberarte de esas prisiones es lo que yo llamo reescribir tu acuerdo con la realidad.
Literalmente tienes que hacer un contrato completamente nuevo en torno a lo que percibes que eres y a lo que crees que es posible para ti.
Para poder hacer eso tienes que despojarte de las cosas en las que has llegado a creer y entender que todas las creencias que tienes en este momento te fueron entregadas por alguien fuera de ti, por medio de las experiencias o los testimonios de otras personas en el pasado.
Y debido a que todo esto viene desde fuera de ti, hay todavía un elemento de duda. Esta duda no es algo malo, pero te impide alcanzar niveles superiores, porque lo que piensas es lo que expandes y si en tus pensamientos hay dudas, entonces lo que expandes son dudas.
William Blake dijo: “Si el sol y la luna alguna vez dudaran, se apagarían”.
Entonces, ¿cómo superamos todo eso en lo que creemos o lo que nos ha sido entregado, honrándolo al mismo tiempo y agradeciendo por todos los maestros y todos los ancestros?
Lo que tenemos es que aprender a dejar ir esa consciencia tribal y cambiar a lo que yo llamo un saber. Observa que hay una gran diferencia entre lo que crees y lo que sabes.
Todo lo que sabes es algo con lo que has tenido un contacto consciente.
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No hay nadie en el mundo que sepa nadar y que haya aprendido solo porque alguien le haya dicho que puede nadar o por observar a un buen nadador cruzando el agua.
Puede que así elimines algo de la duda, pero nunca sabrás como nadar si no te metes en el agua y tratas de hacerlo hasta conseguirlo.
Así adquieres el saber que es algo que nunca perderás, así como pasa con otras cosas que sabes hacer.
Lo que quiero indicar aquí es que hay una gran diferencia entre poseer conocimientos acerca de una presencia divina, una consciencia sagrada o Dios y conocer a Dios.
Del mismo modo, puedes tener noción acerca de la posibilidad de ser capaz de sanarte a ti mismo de algo que te molesta.
Puede que creas que es posible porque lo has leído, has escuchado testimonios de otros y has asistido a seminarios sobre el tema, pero solo lo sabrás cuando entres en contacto consciente con la experiencia de sanación.
Hay un poema maravilloso que me gustaría compartir contigo. Lo escribió una mujer extraordinaria llamada Valerie Cox. Este poema en particular realmente me dice mucho de la diferencia que hay entre lo que sabes y lo que crees. El poema se titula «El ladrón de galletas». Sumérgete en estas palabras:
«Una mujer esperaba una noche en un aeropuerto a que llegase su hora de embarcar. Entró en la tienda del aeropuerto y escogió un libro, compró una bolsa de galletas y buscó dónde sentarse.
»Estaba absorta en el libro cuando vio que el hombre que tenía al lado, con todo descaro, sacaba una galleta o dos de la bolsa que estaba entre ellos, de lo que ella simuló no percatarse para evitar una escena.
»Ella leía, comía las galletas y miraba el reloj, mientras el “ladrón de galletas” le consumía las provisiones. A medida que pasaban los minutos se irritaba cada vez más, pensando: “¡Si no fuera tan educada, le pondría un ojo morado!”.
»Por cada galleta que ella sacaba, él sacaba otra. Cuando solo quedó una, se preguntó qué haría él. Con una sonrisa y una risa nerviosa, él sacó la última galleta y la partió por la mitad. Le ofreció a ella una parte mientras se comía la otra.
»Ella se la arrebató mientras pensaba: “¡Ay, hermano, qué descarado es este tipo, y qué grosero, pues no ha mostrado el menor agradecimiento!”.
»La mujer nunca había sentido tanta rabia y suspiró aliviada cuando llamaron para embarcar. Recogió sus cosas y fue hacia la puerta negándose a volverse y mirar al “ingrato ladrón”. Subió al avión y se hundió en su asiento, y buscó el libro, que casi había terminado. Al hurgar en el equipaje, ahogó un grito de asombro. ¡Allí, ante sus ojos, estaba su bolsa de galletas!
»“Si estas son las mías —gimió con desesperación—, ¡entonces las otras eran suyas y él trataba de compartirlas!”.
»Demasiado tarde para disculparse, comprendió con dolor que: ¡era ella la grosera, la ingrata… la ladrona!».
Todos nosotros de alguna forma somos «ladrones de galletas», como ilustra esta anécdota.
Tengo ocho hermosos hijos. La más pequeña tiene ocho años. Se supone que cuando te conviertes en un «iluminado», empleas tu total atención al colocar en un sitio algo que es importante poder encontrar luego, de modo que nunca lo extravíes. Así que, por supuesto, nunca extravío nada.
Pero cuando pongo mis llaves en un sitio mi hija pequeña tiene este maravilloso hábito de tomarlas y esconderlas en la mañana, para ver a su papá desesperado buscándolas.
Un día que no encontraba mis llaves le dije: «Saje, ¿cuántas veces te ha dicho papá que no escondas las llaves en la mañana?». Ella respondió: «Papi, me dijiste que no lo hiciera y yo ya no vuelvo a esconder tus llaves».
Yo insistía: «¿Vamos, dónde pusiste mis llaves? La última vez estaban en tu casa de muñecas. ¿Dónde las pusiste ahora?».
Ella seguía diciendo que no las había escondido. Finalmente le dije: «Mira, cuando vuelva quiero esas llaves aquí», y fui a vestirme. Cuando metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, allí estaban las llaves, justo donde las había dejado la noche anterior.
Pienso que hay una línea muy fina entre ser un iluminado y un cretino. Probablemente he cruzado esa línea más veces de las que debería admitir en público.
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