Reflexión Sobre la Gratitud que un Ingrato te Puede Enseñar

Enseñar a los hijos a ser desagradecidos puede ser una lección de vida. La mayoría de nosotros hemos visto y conocido a padres excesivamente condescendientes. Complacen a los niños en todo y los crían sin la más mínima resistencia a la frustración y al fracaso.

Esta forma de vida no solamente traerá sufrimientos a toda la familia, sino a la propia sociedad, que deberá lidiar con un adulto con escasa inteligencia emocional.

Los hijos que son mimados a diario suelen pensar que lo merecen todo. Y es natural que lo crean, pues desde su nacimiento no sólo han atendido sus necesidades, sino que los han complacido en cualquier petición y capricho. En consecuencia, desconocen el significado de la palabra “no” y que es importante saber recibir con gratitud.

Personas educadas de esta forma no saben lidiar con las situaciones difíciles, las crisis vitales, la negación y los fracasos al llegar a la edad adulta. Estas son realidades cotidianas que todos necesitan experimentar para descubrir que son una forma de crecer y aprender a ser mejores personas.

Además, vivir esas experiencias desde la aceptación y el agradecimiento los hará más fuertes. Pero eso no será posible para quienes no les enseñaron en su niñez a valorar y agradecer por los bienes, situaciones y personas a su alrededor.

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Muchas veces son los padres

Los padres deben reflexionar sobre las razones por las que no han sabido enseñar a sus hijos a ser agradecidos y conformes con lo que tienen. A veces puede ser por un tema de tiempo, y en este caso, el factor tiempo interviene de muchas maneras.

Por ejemplo, hay padres impacientes que prefieren dar antes que lidiar con una rabieta. A veces, están trabajando todo el día y dejan a los niños al cuidado de los abuelos, quienes por naturaleza están más dado a complacer que a enseñar.

En otros casos, se trata de adultos que pasan mucho tiempo ocupados en sí mismos como para dedicar tiempo a educar en valores a través del ejemplo y con ejercicios y reflexiones frecuentes sobre cómo ser agradecidos.

Hay que entender también que nadie actúa con mala intención cuando falla al enseñar a sus hijos. Cuántos padres podrían decir que recuerdan una infancia difícil, con muchas privaciones, y sólo querían que sus hijos tuvieran todo lo que a ellos les faltó. Este deseo de dar afecto a través de regalos físicos es un error común en la crianza. Los lleva a pensar que así los harán más felices.

 

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Pero también son los hijos

Sin embargo, dejar en los padres todos los conocimientos y técnicas para enseñar el valor de la gratitud es incorrecto. Prestando suficiente atención, se puede observar como los hijos, con sus actitudes, como la de ser desagradecidos, indiferentes o egocéntricos, también están dejando ver sus verdaderas necesidades emocionales.

Los niños pueden exigir cosas materiales, pero en realidad sólo desean que los padres estén ahí para ellos. Esa actitud puede prevalecer incluso en la edad adulta. Alguien codicioso o egocéntrico en realidad suple sus carencias afectivas con bienes y llamado de atención sobre sí mismo.

Es lamentable encontrar pequeños y jóvenes que fingen no necesitar nada de los demás, ni siquiera afecto. Pero ocurre que esta demostración de autosuficiencia es una manera negativa de solicitar aquello que no han recibido de sus padres y cuidadores.

 

El verdadero valor de la gratitud consiste en entender que los regalos no son sólo los bienes materiales que se dan y se reciben. El mejor regalo que podemos otorgar es darnos: darnos en nuestro tiempo y en nuestra atención. Siempre estamos ocupados, pero cuando alguien encuentra un tiempo para nosotros, es algo precioso.

Otro obsequio que pasa desapercibido es la energía y atención que se puede dedicar a otra persona, y la presencia en su vida incluso cuando físicamente se encuentra lejos.

Sin embargo, aprender a recibir también es un elemento valioso de la gratitud. Se dice que el tiempo es algo que no tiene precio, pero lo tiene si nosotros se lo damos. Cuando aprendemos a valorar los momentos que otros nos reservan, la atención que nos brindan, por encima de sus obsequios, crecemos en gratitud.

Los niños malcriados, y también sus padres, dan por sentado que ambos estarán ahí para siempre el uno para el otro. Cuando entienden que eso no es cierto, ambos intentarán mejorar la calidad de su tiempo juntos.

La dedicación, el amor, el tiempo, la energía, la presencia son regalos que no se pueden envolver en una caja, ni pedirse por Internet. Las personas ingratas saben que tienen esas carencias, aunque las expresan de manera negativa. Y los padres o cuidadores que cometieron este error durante la crianza de sus hijos lo hicieron por no entender que estos son los verdaderos regalos para ofrecer en la vida.

 

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