Qué sencillo resulta para los niños –y para muchos adultos– identificar en cualquier libro o película a los héroes como los protagonistas de una guerra o de cualquier conflicto donde un personaje que encarna al bien logra derrotar al mal.
Para los jóvenes, un héroe es un individuo digno de imitar o admirar por algún motivo: seguramente en su temprana infancia serían sus padres, quienes los protegían y les indicaban los valores a seguir. Luego encarnarían el heroísmo en artistas y deportistas, que reúnen las nociones de belleza física y éxito. Finalmente, el cine, la literatura y la historia les presentarán como héroes a seres con un destino hacia el cual avanzar con rumbo fijo. La victoria ocurrirá en el momento en que esa meta sea alcanzada.
Es comprensible por qué reconocer a un héroe resulta tan fácil para la gente joven, o para los adultos que no han reparado mucho sobre el tema. Ellos tienen una visión dual del mundo, donde las cosas solo pueden ser buenas o malas y hay una moral preestablecida que te indica claramente a cuál bando pertenecer. Además, los medios de comunicación y los narradores de historias señalan plenamente al héroe y sus valores al contar sus hazañas: bien sea la del mejor tenista o futbolista, la nueva interpretación de la actriz de moda o quiénes protagonizaron los momentos clave de la historia de un país.
En las películas recientes de superhéroes (Spiderman, Batman, Wonderwoman, cualquiera de los integrantes de The Avengers y pare usted de contar), ninguno de ellos duda de su misión ni se arrepiente del daño, mentiras o males que deban infligir a sus enemigos. Todos ellos se justifican en el hecho de que el bando contrario representa valores negativos que deben ser suprimidos para beneficio de todos. No caben en la lucha la misericordia ni la comprensión del otro.
Un héroe es, por lo tanto, una creación idealizada en un mundo donde el mal está claramente definido para poder atacarlo certeramente, con herramientas como el valor, la fortaleza física y hasta cierta nobleza heredada de los ancestros igualmente dignos. Cuando no son fuertes ni valientes, o no poseen superpoderes, en el caso de la ficción, tienen otros valores como la perseverancia para alcanzar un bienestar mayor o la preservación de la humanidad. Tal es el caso del pequeño Frodo de la saga El Señor de los Anillos, así como en otras historias de personajes que se vuelven héroes sin haberlo planeado.
Sin embargo, si lleváramos esas historias a la vida real, o si estudiáramos las acciones históricas de héroes bélicos o de héroes cuyas acciones cambiaron el mundo (Alejandro Magno, Cristóbal Colón, Julio César, entre muchos), seguramente no saldrían bien librados en un análisis. Muchos de sus actos podrían clasificarse de reprobables, además de haber causado muerte y sufrimiento a sus contemporáneos.
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Seguramente los historiadores alegarán que esos eventos, así como los sacrificios y daños colaterales fueron necesarios para que el mundo pudiera ser tal como lo conocemos hoy, y que ciertas decisiones estaban justificadas por el contexto que vivieron.
En el caso de los héroes de ficción, simplemente la necesidad de imponer el bien sobre el mal justifica que el héroe realice cualquier acción sobre su enemigo a fin de derrotarlo y alcanzar la victoria para un fin más noble.
Ciertamente, existen otros héroes reales cuyos grandes sacrificios son dignos de admirar sin lugar a dudas, como por ejemplo Nelson Mandela, la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Gandhi. Sus vidas encarnan la entrega a principios como la justicia, la libertad o el amor al prójimo. En estos casos, sus consagraciones fueron admirables pero muy pocos nos sentiríamos capaces de igualarlas si nos encontráramos en una situación parecida.
Ahora, entendiendo que estas son las características con las que nos han descrito el heroísmo y la figura del héroe, ¿seríamos capaces de encontrar héroes como los descritos en nuestra vida cotidiana? ¿Tendríamos la valentía suficiente para responder al llamado de un bien mayor cuando el momento lo amerite?
Con una definición tan idealizada de heroísmo, es comprensible verlo como algo inalcanzable o superior a nuestras capacidades. Miramos con asombro las historias de aquellas personas que rescatan a desconocidos en una catástrofe o sacrifican su vida desinteresadamente por alguien, y nos preguntamos si nosotros seríamos capaces de un gesto tan noble.
Esta duda acerca de nosotros mismos como capaces de una acción trascendente proviene del hecho de entender al héroe como alguien extraordinario, con facultades insospechadas o dueño de un destino diseñado solo para él.
Y no es así: todos somos héroes de nuestra vida cotidiana porque nos levantamos a diario con la esperanza de construir un mundo mejor para nosotros o para nuestros seres queridos. Podemos sentirnos tristes o preocupados por el futuro, creer que no tenemos las herramientas para avanzar, pero aun así nos esforzamos, encontramos motivos para la alegría y construimos proyectos que confiamos poder realizar.
Ayudamos a nuestros hijos a formarse y encontrar su camino, sin saber siquiera si estaremos ahí para ver los resultados, pero con la ilusión de que este ocurrirá y será positivo para todos. Perseguimos nuestros propios ideales, no tan extraordinarios como los de los superhéroes, pero sí trabajamos en ellos con convicción.
Además, el mundo no es de buenos y malos, por lo que no hay enemigos a los que debemos enfrentar sin compasión. Todos los acontecimientos y personas que conocemos son simplemente experiencias de vida que debemos afrontar y aprender de ellas para poder evolucionar.
Por esta razón, no debemos sentirnos disminuidos con respecto a otras personas, sean famosas o no, aunque sus vidas hayan sido destacadas, y mucho menos creer que el heroísmo solo es una característica propia de los personajes de ficción.
Debemos aprender una nueva visión del valor y de la figura del héroe, y sobre todo enseñársela a los más jóvenes, para que puedan dar significado a sus propias vidas y entender que tienen la resiliencia o entereza suficiente para enfrentar las adversidades cotidianas en la búsqueda de sus metas personales.