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En nuestra cultura, la mayoría de nosotros definimos quiénes somos, qué tan bien estamos e incluso nuestra humanidad misma, con base en criterios muy artificiales. Casi siempre tales criterios se consideran fundamentales para nuestras vidas.
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Uno de estos criterios es el éxito: qué tan exitoso eres, cuánto dinero estás ganando, qué tantas cosas estás acumulando. No hay nada malo en todo esto, pero como criterio determinante de tu humanidad resulta muy poco profundo al momento de precisar si estás desarrollando la vida plena que eres capaz de alcanzar.
Otro criterio es el desempeño; algo que en nuestra cultura tendemos a alabar, casi con reverencia: quieres ser el número uno. Vemos esto todo el tiempo. Las personas transforman la vida en una competencia y se miden en términos de que tan lejos llegan, qué posiciones alcanzan en la vida, qué premios o reconocimientos reciben y cosas así.
Un tercer criterio empleado para definirte es el basado en tus logros: qué tanto has avanzado en tu profesión, cómo te ven tus compañeros y las demás personas en función de tus calificaciones o tu posición dentro de una empresa.
En nuestra sociedad, estos criterios se consideran como determinantes para establecer la valoración de un ser humano en el mundo de los negocios, la educación y en casi cualquier ámbito. Siempre hablamos de éxito, desempeño y logros.
Lo que me ha pasado a mí y a muchas otras personas es que después de vivir por un tiempo basándonos esta escala de valores, de ser calificado por otros como exitoso, de tener un desempeño sobresaliente y de acumular abundantes logros, terminamos descubriendo que todo eso deja un vacío, porque la vida es mucho más que solo cubrir satisfactoriamente los aspectos delineados por estos criterios.
Lo que queda es esa sensación de insustancialidad y ese sentimiento de superficialidad que produce el que casi todo se reduzca a una búsqueda mezquina para gratificar el ego y demostrar que podemos acumular muchas cosas.
A esto también contribuye el hecho de que el éxito no se mida en términos del servicio que prestamos a otros, sino que se centre en lo que obtenemos para nosotros mismos; el que nuestras metas se transformen en obsesiones, dejando de tener sentido al caer en la trampa de creer que tenemos que acumular más, tener un mejor desempeño y no estar conformes nunca.
Así que es maravilloso ganar el campeonato, pero ¿qué tal si lo hacemos dos veces seguidas?, porque nadie lo ha hacho antes… Cuando lo logremos, querremos ganar tres veces seguidas, y así continuaremos siempre en pos de metas superiores, buscando definirnos como seres humanos fuera de nosotros mismos, de esta forma casi artificial.
El problema es que una vez que estás atrapado en ese ciclo interminable, te encuentras con que careces por completo de toda sensación de plenitud.
Lo que quiero plantearte aquí es que te formules la pregunta: ¿cómo sería desarrollar nuestra existencia como si fuera una obra de arte? Una obra de arte en progreso, de modo que, en el tiempo, tu vida se transforme en una obra maestra que se va desplegando a cada momento.
En lugar de determinar tu progreso sobre la base de lo que puedes llegar a tener o cuán lejos puedes llegar, comienza a pensar en que si bien eres capaz de hacer muchas cosas maravillosas, de acumular muchos objetos y de alcanzar muchas metas, también puedes valorar tu vida desde una perspectiva diferente.
Puedes pensar en lo que es tu vida con base en otros aspectos.
Por ejemplo, puedes ver tu vida como esta fabulosa obra de arte a la que puedes dar forma, colorear y moldear de la manera ideal que te permita hacer tu contribución a este planeta, que sería el verdadero despliegue de tu humanidad.
Si alguien te preguntara: “¿Qué es lo que en verdad te gustaría que se dijera de ti mismo?”, «¿Cómo es el tipo de vida del que dirías: “Esto es lo que me gustaría que se dijera acerca de mí” o “Esta es la obra maestra que me gustaría que fuera mi vida?”».
¿Tendría eso que ver con lo que has acumulado, con lo bien que te has desempeñado y con lo mucho que has triunfado? Para algunos podría ser así y resultar muy satisfactorio de esa manera.
Pero en un nivel mucho más elevado, la respuesta a esa pregunta, para mí, está en observar la vida de los maestros espirituales, que dejaron un mensaje acerca del poder de la mente humana.
Personas como Cristo —que fue tal vez la persona más influyente que jamás haya existido—, Mahoma, Buda, Gandhi —que pudo cambiar el destino de toda una nación que había estado dominada por el Imperio británico mediante la no violencia, amando a las personas y sin crear conflictos debilitantes o destructivos—, la Madre Teresa de Calcuta —dedicada a dar y a servir en las calles de esa ciudad, sabiendo cuál era su misión allí y consciente de que no luchaba en contra de nada, sino por el bien de otros.
No intento de ninguna forma menospreciar el éxito, el desempeño o los logros. He tenido mucho de todo eso en mi vida. Pero me he dado cuenta de que son la clase de cosas que cada vez importan menos. La verdadera ironía que hay en todo esto es que mientras menos te importan, más aparecen en tu vida.
Cuando te sientes más sincronizado con cosas que están mucho más allá tienes una especie de sabiduría que te permite darle sentido a tu existencia. Defines cómo vas a vivir esta vida que tienes y decides hacerlo al servicio de otros, manteniendo un sentido de espiritualidad acerca de ti mismo y una actitud de compasión, bondad, amor y decencia hacia todos los demás.
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De este modo, comienzas a manejar los conflictos y las dificultades que se te presentan, no como algo que tienes que dominar o vencer, sino como verdaderas oportunidades para explorar cómo puedes trascender esas situaciones sin hacer uso del odio, la ira, la amargura o la violencia.
Llegarás a un lugar de paz, sin que eso signifique que renuncies a desempeñar el rol que te corresponde, porque esto tiene que ver con lo que eres y no con lo que obtengas a partir de tu forma de ser.
Esa será la maravillosa obra de arte en la que se convertirá tu vida. Comenzarás a comprender que puedes hacer que tu existencia se despliegue de la misma forma en que lo hace el universo, con un verdadero sentido de perfección, armonía y paz para ti mismo.
La paradoja es que, mientras más haces eso, todo lo que has estado persiguiendo, con tanta intensidad y diligencia, comenzará a llegar a tu vida en las cantidades justas.
Al concebir tu destino como la culminación de tu obra maestra, adoptas la actitud del que sabe que está en el camino correcto.
Esta es también una actitud de rendición ante todo eso que buscaste con ahínco siempre y que te llenó de estrés: ese querer tener éxito, alcanzar cosas, ser el mejor, derrotar a todos los demás. Todo esto para probarte a ti mismo.
En lugar de eso, comenzarás a desarrollar un sentido interior de armonía que te hará ver que todo lo que perseguías tiene en verdad un nivel muy bajo a la hora de determinar en qué clase de ser humano te convertirás.
Lo que te hace ser quien eres no puede valorarse en términos de esos parámetros. De hecho no es nada que puedas identificar o medir en el mundo físico. No puedes verlo ni percibirlo con tus sentidos.
Es muy difícil definir el poder de esta parte de nosotros que es invisible. Se le denomina con diferentes términos: creencias, pensamientos, alma o espíritu. El nombre que se le dé no es importante. Pero esa parte invisible de ti es la que en verdad lo determina todo acerca de tu vida.
Es natural que en algún momento te surjan las preguntas: “¿Cómo puedo aplicar la conciencia de estos pensamientos? ¿Cómo puedo usar mi mente para hacer de mi vida la obra maestra que quiero que sea? ¿Cómo atraigo a mi vida las cosas que son importantes para mí y que considero que me corresponden? ¿Cómo puedo mejorar la calidad de mis relaciones?”.
Se trata de llegar a un punto en el que sabes que cada uno de tus pensamientos tiene el potencial de transformarse en una realidad. Así que debes ser en extremo cauteloso acerca de lo que piensas, tratar de excluir de tu mente cualquier cosa que no quieras tener y cuestionar tus motivos para albergar ciertas ideas y pensamientos.
Recuerdo la anécdota de una mujer que vino a mí en una oportunidad y me contó lo abatida que estaba porque estaba casada con un alcohólico. Cuando le pregunté que cuál era el problema, ella me dijo: “Bueno es que arrastra las palabras, repite las cosas una y otra vez, huele mal y es terrible estar cerca de él”.
Yo le dije: “Déjame ver si entiendo quién es el disparatado en este caso. Me dices que él es un alcohólico, entonces todo lo que hace no es más que lo que hacen las personas que se embriagan. Por otra parte te tenemos a ti, que estás casada con un alcohólico, y sin embargo, esperas que este sobrio.
”¿Quién está loco aquí? ¿El borracho, que hace lo que se supone que debe hacer, o tú, al esperar que él sea algo diferente de lo que es? Él es lo que es, pero ¿por qué querrías tú albergar pensamientos que te hacen sentir mal? Sobre todo cuando eso es lo que vas a expandir en tu vida. ¿Por qué no cambiar esos pensamientos? Porque si piensas en lo que te aflige, solo obtendrás más aflicción”.
Tienes que ser muy cuidadoso acerca de lo que piensas, porque tus pensamientos moldearán la obra que es tu vida.
Yo te sugiero que cuando te sientas incapaz de hacer algo, no importa lo que sea, cuando te encuentres con un obstáculo importante, ya sea en una relación, en un trabajo o en una situación con tu familia, te tomes un momento para examinar con atención cuál es la creencia que sustenta tu comportamiento. Ten en cuenta que toda acción viene antecedida por una creencia o un pensamiento.
Después de hacer esto realiza el trabajo de reexaminar esa creencia. Es algo que he hecho muchas veces en mi vida y que algunas veces otros no entienden. Pero es algo necesario para poder cambiar esos pensamientos, que puede que hayas tenido la mayor parte de tu vida, que no te permiten avanzar en la dirección que te llevará a crear la obra de arte que consiste en tener una vida plena.
Una de las cosas que puedes hacer es visualizarte a ti mismo, una y otra vez, haciendo todo lo necesario para superar las limitaciones que te imponen tus convicciones.
Luego, implementa esos cambios en tu realidad. Puedes hacerlo de manera gradual, comenzando con modificaciones pequeñas en tu conducta habitual, diciéndote todo el tiempo que eres capaz de hacer las cosas de esta nueva manera, y actuando como si en realidad fueras ya capaz de hacerlo.
No debes desanimarte si por un tiempo no ves materializarse lo que estás intentando hacer, y en ningún momento debes permitirte pensar que no vas a lograrlo.
Solo debes concentrarte en cambiar de manera definitiva tus pensamientos y en concebir tu vida como una obra de arte que se va desarrollando día a día.
Recuerda siempre que así como pienses, serás.
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