La cuarentena y el aislamiento para prevenir la expansión del virus Covid-19 han sido experiencias que nos han golpeado a todos. Estamos viviendo momentos extraños y difíciles ahora mismo. Hay una gran cantidad de gente enferma y sufriendo pérdidas, y otras con temor de contagiarse.
Las actividades no esenciales han sido suspendidas, hay planes para terminar el año escolar a distancia y solo los negocios básicos, como los relacionados con la salud y la alimentación, están funcionando plenamente.
Hay muchas personas valientes ayudando a que esta situación difícil no se vuelva caótica. Sin embargo, sabemos que no habrá un retorno total a la normalidad en un buen tiempo y no todos nos sentimos bien por el solo hecho no estar en peligro.
Aunque se sepa “que todo pasará”, muchos aislados sienten a ratos que eso es difícil de creer, y la idea de un mundo donde pueden contagiarse al salir de casa les produce síntomas de palpitaciones, angustia, boca seca, mareo etc., que son propios de un ataque de pánico.
Es normal estar ansioso en una situación como la que vivimos. Muchos han debido padecer el aislamiento solos o alejados de sus familiares y amigos; otros tienen problemas físicos y mentales previos que se agudizan por el encierro, como dolores en los huesos, obesidad, depresión o adicciones. Y es normal encontrarse en estados como esos.
También es común tener problemas para dormir, aburrimiento y no sentir ganas de atender el cuidado personal.
Sin embargo, no todas las personas tienen esa reacción natural al encierro. Para ellas, más bien, acatar la orden de “quedarse en casa” no ha resultado ningún problema.
La viuda canadiense de 82 años, Annette Muller, ha estado llevando su aislamiento bastante bien. Cuando Kelly, una de sus seis hijos, pasó frente a su casapara verificar cómo estaba, fue recibida por su madre asomada a la ventana con una botella de vino vacía en una maneo y un cartel casero en la otra que decía: «Necesito más vino».
Esta matriarca es conocida entre sus seres queridos por su gran sentido del humor, así que su hija subió la foto al Facebook como un chiste familiar, y rápidamente la publicación se volvió viral.
Lo importante de esta historia, y de otras tantas similares que circulan en las redes, es que algunas personas han tomado una situación difícil con paciencia, tranquilidad y buen carácter.
Sin embargo, hay una matriz de opinión que considera estos chistes poco sensibles hacia la realidad que padecemos. Si muchos sufren, si tantos otros están separados, si nuestro destino como planeta parece incierto, si las teorías de conspiración corren como la pólvora… ¿cómo alguien puede no tener problemas con lo que está pasando? ¿Acaso son indolentes? ¿No les interesa lo que ocurre a su alrededor mientras ellos estén bien?
La respuesta es no. La gente que lleva bien la cuarentena tiene un gran dominio psicológico de sus emociones, no permite que su mente identifique una alteración de la cotidianidad como un peligro de muerte inminente y sabe identificar sus prioridades: si no hay problemas con su salud y la de sus seres queridos y son capaces de resolver su alimentación y presupuesto, entienden que no hay razones para alarmarse.
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También entienden que estan alejados, pero no solos, que ese confinamiento será temporal y pueden aliviarlo con todos los medios de comunicación que existen en la actualidad.
Igualmente, saben que no poder abrazar o saludar de mano a alguien en la calle o mantener la distancia con las personas en el supermercado es una medida de salubridad, no un signo de que cambiaremos de forma de ser para siempre.
Los cambios de la rutina para ellos tampoco son sinónimo de algo malo. Más bien lo reciben como una novedad y utilizan su motivación, energía y sobre todo su creatividad para pasar cada día aislados de un modo positivo.
Pero sobre todo, la gente que lleva bien la cuarentena distingue lo que pueden controlar de lo que no y eso es un requisito básico para parar los brotes de depresión y ansiedad.
La lista de cosas que no se pueden controlar es muy grande: no podemos evitar la existencia de una enfermedad muy contagiosa, ni cómo reaccionan los demás al respecto. Tampoco podemos modificar las decisiones que los líderes del mundo toman, ni detener los pensamientos e ideas obsesivas de la gente sobre el coronavirus y cómo los publican por los medios de comunicación.
En cambio, hay cosas valiosas que las personas que llevan bien la cuarentena saben controlar: pueden cumplir con las medidas de protección para sí mismas y los suyos, cuántas noticias leen y ven; cuánto tiempo pasan en las redes sociales y, sobre todo, cómo dejan que esa información los afecte. También pueden manejar sus sentimientos sobre estar solos o acompañados, y cómo tratan a las demás personas. Pero lo más importante es que saben cuidarse a sí mismos y controlar sus ideas, pensamientos y sentimientos en una situación de crisis.
Por eso, no hay que considerar a las personas que llevan bien la cuarentena como desconsideradas o inconscientes. Ellas cuidan a las únicas personas a quienes pueden atender, a ellos mismos y su círculo familiar.
Cuando ellos están bien, resuelven sus problemas cotidianos y esperan pacientemente las órdenes de las autoridades, son un problema menos en medio de la crisis, un paciente menos que hay que atender en los centros de salud y una persona capaz de enfrentar un problema con fortaleza emocional, sin esparcir el miedo a su alrededor.
Debemos recordar que buenas cosas han ocurrido en épocas de aislamiento. Incluso las religiones lo plantean como un momento trascendente para los profetas: Buda vivió en mendicidad, meditación y ascetismo para lograr su despertar espiritual; Jesucristo derrotó la tentación de Satán en su viaje solitario al desierto y Mahoma recibió las primeras revelaciones del Corán mientras estaba solo en una cueva en el monte Ira.
En consecuencia, cosas buenas ocurren cuando estamos apartados, incluso si todo alrededor luce muy mal. Todo depende de la actitud que tengamos para vivir ese momento.
