La ira o enojo es una de las emociones más fuertes y básicas que existen en el ser humano. La manera natural y primitiva de expresarla es a través de la agresividad. Cuando reaccionamos de esta forma instintiva, nuestros niveles de conciencia se ven limitados; esto significa que se nos hace difícil pensar con claridad y responder a lo que está alterando.
En consecuencia, durante un ataque de ira somos capaces de decir y hacer cosas de las que después posiblemente nos arrepentiremos.
En el momento en que reconocemos que no estamos manejando apropiadamente nuestra ira, que esta solo nos deja actuar desde una “visión de túnel”, es decir, con la conciencia reducida, podemos comenzar a buscar una solución. En cambio, si preferimos ignorar que la ira nos está controlando y afectando nuestra capacidad de respuesta ante las situaciones que nos afectan, estamos creando un problema mayor. Analicemos.
El sentido común, las normas sociales y las leyes le ponen límites a la agresividad de las personas. Aunque nuestra respuesta natural cuando somos atacados de cualquier modo (verbal, emocional o físicamente) es luchar con violencia, sabemos que esto no será aceptado y nos vemos obligados a controlarnos.
Ese control de la rabia puede ser positivo o negativo, así como consciente o inconsciente. Las acciones principales para lidiar con la ira son expresar, suprimir y calmar.
Expresar el enojo es una forma de liberar la agresividad, y se hace sanamente cuando esos sentimientos son manifestados de manera asertiva: dejando en claro a los demás las razones de nuestra frustración y cómo puede ser satisfecha, sin violencia y empleando términos respetuosos.
Calmarse obviamente se refiere a respirar profundo, apaciguar los sentimientos de enojo y enfocarse en algo positivo. La gente que no tiene problemas controlando su ira logra calmarse con facilidad en la mayoría de los casos, expresando posteriormente su molestia con asertividad y en búsqueda de una solución.
Suprimir la ira consiste en reprimirla o inhibirla, dejar de pensar en ella momentáneamente y buscar un comportamiento más apropiado. A veces es necesario suprimir la ira, por ejemplo cuando estamos discutiendo en público o frente a los niños. Pero tomar la costumbre de reprimirse puede ser negativo cuando no se le permite a la ira ser expresada “hacia afuera” (verbal o físicamente). Entonces el enojo puede irse hacia adentro, causando síntomas físicos como la tensión alta o la depresión.
También la ira contenida puede volverse una olla de presión que se escapa continuamente a través de una válvula que nunca se cierra. Esta forma puede conducir a patologías como el comportamiento pasivo-agresivo o el desarrollo de una personalidad cínica y de agresividad sutil. Es entonces cuando nos encontramos frente a la gente sarcástica e irónica, que critica todo y solo identifica lo negativo en cualquier situación o individuo.
El tipo de personas que mantiene su ira oculta, no solo afecta su salud mental y hasta física (desarrollando incluso males cardíacos), sino que su comportamiento hostil termina dañando todas sus relaciones. Sabemos lo agotador que es estar en su presencia pues nunca nada los satisface y siempre tienen algo desagradable para decir.
Estos casos de ira contenida nos llevan a una pregunta: ¿por qué algunos se enojan más que otros, de manera activa, como los cascarrabias, o pasiva, como los cínicos? El doctor y PhD en Psicología Jerry Deffenbacher explica que en verdad algunos individuos son poco tolerantes por naturaleza, propensos a molestarse con más facilidad e intensidad que el resto de la gente y más impulsivos. Maldicen, golpean y destruyen. Junto a ellos están los que demuestran su enojo reprimiéndose socialmente, actuando con sarcasmo y hasta generando males psicosomáticos.
Hay evidencia de que algunos niños nacen susceptibles y se exacerban con facilidad, mientras que otros se adaptan mejor a su entorno. A estas características innatas pueden sumarse factores socioculturales: el enojo no está bien visto en sociedad. Por eso a los niños irritables se les tilda de malcriados y son motivo de vergüenza para sus padres, quienes tienen problemas para controlarlos. Como resultado, las personas que nacen así tienen desde pequeñas pocas o ninguna ocasión para aprender a manejar su rabia y canalizarla de manera constructiva.
Las investigaciones concluyen también que quienes padecen de ira suelen provenir de familias caóticas y disfuncionales, donde no hay oportunidad para desarrollar la comunicación ni las emociones.
Es muy probable que si tienes algún problema con tu manejo de la ira, en especial de la ira contenida, ya hayas identificado que en tu interior algo no funciona bien. Para ayudarte a comprenderlo, explicaremos cinco comportamientos comunes y poco saludables con los que estás liberando tu enojo de forma inapropiada:
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1. Sermonear
Para ti los conflictos son interminables. Nunca logras calmar tu enfado y no puedes dejar de seguir hablando del problema. No te interesa encontrar una solución, sino insistir y recalcarle a tu interlocutor cuán frustrado te sientes. Como resultado, tu oyente sabe que no hay posibilidad de diálogo y renuncia a argumentar contigo.
Para evitar caer en estos ciclos debes intentar calmarte, aclarar tu mente escogiendo lo que quieres decir y expresándolo en forma concreta. A continuación debes escuchar los argumentos del otro y entablar una verdadera conversación sobre el problema.
2. Sentir que toda agresión es personal
Usualmente te consideras la única víctima en todos tus conflictos. Siempre eres el agredido y estás muy enfocado en cómo la otra persona te está lastimando. Para variar este comportamiento, debes evaluar si tu ira es la que motiva esa forma de pensar y después estudiar lo que le podría estar sucediendo a la otra persona. Al “ponerte en los zapatos del otro”” verás las cosas desde su perspectiva. También es válido solicitar la ayuda de un tercero para entender el problema.
3. Gritar y ordenar
Si eres de las personas a las que critican porque parecen reclutas del ejército, siempre dando órdenes a los gritos, debes evaluarte. Es incorrecto justificarte diciendo que “naciste así” o que no estás enojado sino que esa es tu forma de expresarte. Sí estás molesto, y mucho, pero no quieres reconocerlo. Por eso descargas tu furia en los demás cada vez que hablas.
Es normal que cuando actúes así, los otros respondan con enfado, decidan no hacerte caso o empiecen a alejarse emocionalmente de ti si no pueden hacerlo físicamente, como en el caso de los niños. Así estarás dañando tus relaciones familiares, laborales o de amistad.
Toma conciencia de tu actitud y empieza a cambiar. Expresa lo que te disgusta o deseas solicitar con un tono apropiado. Te sorprenderá cómo empiezas a recibir respuestas positivas y amables de tus interlocutores.
4. Atacar verbalmente
Este comportamiento es una variante del anterior. Cuando liberas tu ira sobre los demás, culpándolos y criticándolos hasta por lo más insignificante, ellos responderán defendiéndose y a la larga huyendo de ti. Reconoce que los demás ni siquiera entienden de dónde surge esa agresividad, y si te evalúas, verás que mucha de ella no se relaciona con la otra persona.
Por eso debes pensar siempre en lo importante que es tu interlocutor para ti y enfocarte solo en lo que está motivando tu enfado con él. Verás que así el problema se hace mucho más pequeño y fácil de resolver.
Evita ser irónico y guardar resentimientos. Di con asertividad las cosas que te molestan en el momento y luego déjalas ir. Por ejemplo, no acumules enojos hacia tu amigo y se los arrojes en cara el día que faltó a la reunión que tenían. En vez de decir: “Nunca se puede contar contigo”, enfócate en lo siguiente: “Amigo, eres alguien especial para mí, pero estoy enfadado porque ayer me cancelaste a último minuto”. Verás que en una argumentación así no caben los rencores por los problemas del pasado.
5. Suponer lo peor
Para ti no hay medias tintas. Siempre piensas en términos de “todo” o “nada”, de “siempre” o “nunca”. Ver la vida con esa polarización resulta extenuante y muchas veces injusto. No todos te odian ni están en tu contra. Creer en eso solo alimenta tu ira. Cuando discutas no te vayas a los extremos, ni trates de abarcar demasiado. Limítate a la situación e intenta entenderla, permitiendo que los demás den su punto de vista. Así evitarás la alienación en la que sueles vivir producto de tu enojo.
Como última recomendación general, aprende que el tiempo es importante en el manejo de la ira. No discutas por las tardes, cuando estás cansado y has pasado por experiencias en el día que seguramente ya te han afectado debido a tu carácter.
Tampoco discutas durante mucho rato, con explicaciones interminables. Organiza primero lo que quieres decir y exprésalo de forma concisa. Dedica el resto del tiempo a escuchar al otro y así verás como empiezas a gestionar tu ira de mejor manera.